sábado, 27 de octubre de 2018

Para gustos, colores




Hace unos meses hice un viaje a Amsterdam, ciudad centroeuropea singular. Recorriendo el RIJKS Museum hubo un cuadro que me llamó especialmente la atención. Mirando fotos de esa visita con mi hijo Carlos observamos el cuadro de “la lechera” de Johames Vermeer. Los dos vemos el mismo cuadro pero no vemos lo mismo, ni los detalles, ni percibimos igual los colores,…

En muchas ocasiones, no todos tenemos la misma percepción de una misma cosa, situación o persona.

Tengo dos amigos que opinan diferente el uno del otro, que respetan la opinión contraria aunque discutan mucho, que defienden su postura intentando rebatir su parecer al contrario. Y como ellos hay muchos españoles. A los latinos nos gusta debatir. Y aunque a veces se disgustan y levantan la voz, nunca se insultan y, por supuesto, nunca llegarán a las manos. A pesar de sus diferentes opiniones, se toleran y se respetan. Hernández y Fernández son sus nombres. Nada que ver con los personajes del mismo nombre de las aventuras de Tintín escritas por Hergé. Toda coincidencia es mera especulación.

Curioso que para algunas cosas siempre aseveran lo mismo. No es cuestionable ni el Rey ni la unidad de España. El Rey - dicen - es la bóveda del sistema y uno de los símbolos de España junto con la bandera y el himno español y, por lo tanto, es incuestionable. Hoy la Monarquía Parlamentaria - afirman - ha demostrado ser el mejor modelo de Estado para los españoles. A su vez, manifiestan con rotundidad que la unidad de España es indiscutible.

Empezamos bien. La cosa se complica cuando se toca la ideología y los principios básicos de cada uno. Es digno ver sus debates, cómo argumentan su criterio con convicción. Merece la pena participar en sus tertulias, aunque sea más escuchando que participando de la discusión. Son elocuentes, cultos sin rozar la pedantería y no hay tema del que no estén bien informados.

En boca de muchos está el debate de los Presupuestos Generales del Estado para el 2019 que el Gobierno ha presentado en Bruselas pendientes de esperar su visto bueno, en su caso, antes de pasar el escrutinio de las Cortes españolas. Para uno de ellos se rompe con la austeridad y se invierte en políticas sociales. Para el otro son unos presupuestos que nos llevarán a la recesión y a la ruina.

Para uno el Gobierno emprende acciones por medio de la rectificación permanente después de preguntar a la opinión pública por medio de los “globos sonda” de Zapatero. Rectificar es de sabios pero el exceso de estas rectificaciones - dice - demuestran la falta de programa del Gobierno. En cambio, el otro se indiga y manifiesta que es bueno sondear a la sociedad antes de tomar decisiones importantes.

Uno aplaude la guerra que el Gobierno le ha declarado al diesel y defiende la subida del gasóleo para los vehículos que lo usen. El otro se enfada y expresa con contundencia que esto es un disparate que frenará la fabricación de vehículos en España, creará paro y que, además, es un impuesto indirecto que perjudica a la clase trabajadora.

Uno de ellos aprueba la política de acercamiento a los partidos nacionalistas, principalmente de Cataluña; el otro manifiesta que esto es un cáncer que terminará con el actual Gobierno de España y que Pedro Sánchez ha sobrepasado una línea roja que nunca debería haber franqueado al negociar con los independentistas que quieren romper España.

Al observar con detenimiento el cuadro de “la lechera” de Vermeer se aprecia algo más que una mujer que vierte leche sobre un cuenco hondo de barro. Algunos observamos en él el sosiego, el silencio que rodea la leche vertida, la luminosidad de la estancia que se cuela por la ventana, las tonalidades blancas de la pared, …  Una mesa cubierta con un mantel azul con trozos de pan. Los cestos, el farol, la taza en el suelo, … Con esos colores cálidos que envuelven toda la escena para cautivarnos y convertir esa actividad cotidiana en un gesto de excelencia. Con la mirada serena y distraída de la mujer.  Y nos sorprende que tanto que transmite este cuadro lo haga a través de un lienzo tan pequeño. Ya ven que no hacen falta grandes representaciones de la belleza para admirar el trazo del artista. Y aunque la percepción de cada uno pueda ser diferente a la de los demás, para gustos colores, como dice mi hijo Carlos. Pues eso.



Este artículo se ha publicado con anterioridad en mi columna de opinión del periódico Alicante Press

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