La Asociación de Antiguos Alumnos de Jesuitas, aa aa La Cruz, organizó el pasado domingo 17 de febrero una ruta de senderismo por la Sierra de Serrella.
La Serrella es una de las sierras más altas y más preciosas de la provincia de Alicante, compitiendo con la Aitana en popularidad. Se extiende por varios términos municipales. Los de Confrides, Beniardá, Benasau, Quatretondeta, Fageça. Famorca y Castell de Castell. Barrera comarcal, de este a oeste. Por el sur, la Marina Baixa. Por el norte, el Comtat y la Marina Alta. Hacia el este se hermana con la Sierra de La Xortá.
Quatretondeta, punto de encuentro. A unos ochenta kilómetros de Alicante. Pueblecillo de unos doscientos habitantes censados. A 571 metros sobre el nivel del mar.
Desde la carretera CV-754 en dirección a Facheca, que bordea Quatretondeta, cogemos a la derecha una pista de tierra que, en dirección a la Serrella, deja a la izquierda un depósito de agua. Aquí, nos reagrupamos. Los que han venido en coche. Los que han hecho noche en el hotel Els Frares, los que hemos venido en autobús. Almendros en flor nos observan. Nos miran curiosos. Niños y adultos haciendo equipo. Niños y adultos, de senderismo.
Iniciamos la ruta con la emoción de empezar un nuevo reto. Alcanzar el Pla de la Casa. Por el PR- V. 24. Dificultad Media Baja, según Diputación. Los mejor preparados físicamente, culminarán la cima. Divisar desde la cruz allí clavada las extraordinarias vistas …
Campos de árboles de secano. Olivos. Almendros. Una gran carrasca. La carrasca de la Tía Sofía, árbol singular, con siete metros de altura y con unos 250 años de antiguedad. Caminamos. El paisaje de secano se queda atrás. Va cambiando la vegetación conforme vamos subiendo por la pista de tierra. Pinos. Encinas. Aliagas. Tomillo. Jaras. Romero. Pebrella. Un jardín botánico al aire libre. Desde aquí vemos en lo alto de la montaña la Cova Forada. Observamos els Frares, en procesión. Mientras caminamos hablamos de temas diversos. La educación de los hijos. El nivel de las aulas. El fútbol, siempre presente. La victoria del Hércules. El futuro del C.B. Lucentum quien, mientras subimos, está ganando un disputado partido en el Centro de Tecnificación en Alicante.
La senda se abre. Una fuente. La Font dels Espinal (ó Font dels Frares). Agua potable. Agua clara. Agua Pura. Algunos niños, y no tan niños, llenan sus cantimploras. Breve descanso mientras llegan los más rezagados. Primer acuarios. Primera barrita energética. Primer cambio de impresiones.
Paskki
De momento hemos hecho un corto recorrido. Hemos iniciado un ligero ascenso. Para los menos preparados físicamente estas empinadas cuestas son un aviso. Ahora viene lo bueno, me dice Enrique. La ruta se complicará más arriba. Después de esta fuente la pista de tierra se convierte en sendero. Sube en zigzag bajo los pinos.
Continúa por un canchal, mientras andamos debajo de els Frares. Edu es ayudado por su madre María Luisa. Edu es un valiente. Tiene seis años y ahí está, como si nada. Los niños son más ágiles. Los niños no piensan en las dificultades del sendero. Camina con dificultad, pasito a pasito, pisando con seguridad, como le indica su madre. Ella nos llama la atención para que nos fijemos en el paisaje que nos estamos perdiendo. Paramos. Disfrutamos de lo que vemos. A vista de pájaro. Quatretondeta, allá lejos. Casas apiñadas rodeando la torre chata de la iglesia. Más pequeño, Planes, un poco más arriba. Las peñas que sobresalen de los barrancos. Los arbolillos recién plantados rodeados por una malla para protegerlos de los animales y las inclemencias del tiempo. Hierbas aromáticas.
El senderismo en familia no ha de ser una competición. Alcanzar la cumbre, coronar la cima en el menor tiempo posible. Es un reto, una meta, el afán de superación, sí. El esfuerzo en equipo, también. Pero el senderismo es algo más. Es disfrutar de la naturaleza. Sus sonidos. El rumor de las hojas de los árboles cuando bailan al viento. El susurro del agua cuando acaricia la tierra surcando su río. Sus olores. Sus silencios. Dejarte envolver por la niebla. Empaparte de la lluvia que refresca las ideas.
Superado el canchal, el sendero araña la roca para abrirse camino. Sube entre rocas en dirección SE atravesando el barranco del Cerezo en dirección al Collado del Borrell (1.150 metros). Antes de este un poste con varias direcciones y senderos. Antes, una fuente. La Font Roja. Un depósito de agua que da de beber a los habitantes de Quatretondeta. Una acequia que canaliza el agua. Aunque esta, traviesa, se abre paso por la tierra haciendo su propio caudal. Un pequeño caño. Un susurro. Agua que corre despacio entre las piedras del sendero.
Un poste y dos direcciones. Una, camino de Benasau, a la derecha. Otro, sendero para el Pla de la Casa, a la izquierda. Tomamos este. Sendero embarrado. Charcos. Muy pisado. Movedizo bajo nuestros pies. Resbaladizo.
El paisaje se viste de blanco. Cada vez más densa, la niebla. Silenciosa, va ganando terreno. Se agarra a las copas de los árboles. Se aferra a las rocas de la montaña. Se hace la dueña imparcial del bosque, del pedregal, de las tinieblas. Ambiente misterioso.
Un nuevo poste indicador. Doblamos otra vez a la izquierda hacia el Pla. Pronunciada subida. Otro canchal. Paskki resbala y rueda como una pelota. Se desliza unos metros hacia abajo por encima de las piedras. Se vuelve a levantar. Seguimos subiendo. La niebla es total. A dos ó tres metros no se ve nada. Por las voces. Por nuestros gritos, sabemos que otros compañeros están un poco más arriba. Lo hace más emocionante, sin olvidarnos de la prudencia. Nos fijamos bien en las marcas del sendero. Nos cruzamos con otros senderistas de otros grupos que se retiran. No nos animan. Nos dicen que el tiempo va a empeorar, que no tardemos en volver. A duras penas llegamos a la cumbre. Es justo destacar la labor de los que han hecho de escoba en la subida, Carlos y David, como los que han abierto la marcha y, sobre todo, a Jose quien nos abre el camino.
El sendero ya no sube. Andamos casi en llano. La niebla se cierra un poco más. No vemos más allá de dos metros. Hay que andar con precaución para no salirse del sendero, para no perdernos. Marcas e hitos de piedra nos indican donde está el sendero. Nos cae una llovizna helada. Se contraen los músculos. Pero seguimos andando. El viento nos arranca las palabras de la boca. Es un viento frío y desapacible. Pero no nos rendimos. Seguimos adelante. Estamos en el Pla de la Casa (1.379 metros). Muy cerca, un pozo de nieve.
En una pequeña depresión, entre las rocas, se refugia la nevera que los viejos del lugar la llaman Clot del Pla de la Casa. Muros de mampostería. 13 metros de profundidad y 11 metros de diámetro. El tiempo trascurrido y el clima han borrado la techumbre que lo cubría. Sí pervive el túnel de acceso y las rampas de carga.
Desde aquí a la cima, breve recorrido. Suben unos pocos. Hay que trepar un poco para llegar a la cumbre. A cuatro patas. A unos 1.379 m una cruz clavada en la roca. En días claros, grandes vistas del valle de Seta y del de Guadalest. Hoy la niebla hace más misterioso a este rincón. Aquí arriba, entre las nubes.
Unas sombras. Entre la niebla algo se mueve. Una hilera de personas siguen confiados al primero que inicia la marcha. Son de nuestro grupo. Vuelven.
Volvemos. Deprisa. El tiempo empeora. El viento es más frío, más intenso. La niebla, más cerrada. La lluvia, ininterrumpida. El viento, la niebla, la lluvia nos amenazan … El descenso es complicado. La tierra, las rocas, el sendero, están muy pisados. Agua y barro. Para algunos la fatiga se hace presente desde la Font Roja. El cansancio frena la marcha. Hay que mantener el equilibrio. No te pares. No te caigas. No te sientes. Es peor. Son energías desaprovechadas, energías necesarias cuando vas falto de fuerzas.
Carlos y Enrique cierran la marcha, controlando que nadie se retrase, que nadie se pierda. Una vez más Enrique me acompaña. La historia se repite. Mis piernas no me aguantan. Pero ya queda poco. Alrededor de una hora para llegar al pueblo. Te animas solo. Ahora no puedes pararte. Ahora no. Seguir adelante. Alcanzar la meta. Els Frares nos animan desde su grada dando rienda suelta a su recreo lejos del sosiego de las cumbres. Un motocultor acaricia el silencio de los campos. Unos borregos pastan bajo los olivos. Motocultor, borregos, parecen reliquias de un ayer que aquí son presente.
Entramos al pueblo. Desde las chimeneas de las casas sube el humo de sus hogares. En estos terruños, en sus calles, al amanecer huele a pan. A medio día a olleta, a arroz al horno. El olor a leña quemada nos acompaña todo el día. Calles estrechas. Calles silenciosas. Gentes sencillas, serviciales, nos miran con curiosidad. Nos hablan con un acento cerrado. Casi en un susurro. Pronunciando despacio las palabras.