Me disculpará por el título
de este nuevo artículo, si no le gusta, pero tiene su fundamento, ya verá.
Lo tiene por lo mucho que
arde la calle. No sólo por el calor asfixiante, sino por la sensación de desgobierno
que se respira en la ciudadanía después del desastroso resultado electoral del
PSOE en las últimas elecciones municipales y autonómicas. Muchos son los problemas
que se van acumulando sin remedio y vienen de antes de esas elecciones. La
carestía de la cesta de la compra; la falta de criterio en el reparto territorial
del agua; la inseguridad ciudadana; la falta de seguridad jurídica con la vivienda
y la complacencia con los okupas; el paro juvenil, la caída de credibilidad de
Pedro Sánchez en el PSOE generando no pocos problemas en la gobernabilidad del
país, el más aún preocupante descrédito a nivel internacional; … No quiero ser
alarmista. Algo se habrá hecho bien, pero cuesta encontrarlo.
Y lo tiene ahora que Pedro
Sánchez ha puesto de vacaciones a los diputados al adelantar las elecciones
generales después del batacazo del PSOE en las últimas elecciones citadas. Claro
que luego habrá que constituir la composición del nuevo Congreso y Senado, y
los sacará de la playa para volver al escaño. Que injusticia... Aunque más lo
es para todos a los que las elecciones del 23 de julio les interrumpen sus
vacaciones ya programas para volver a tiempo a su colegio electoral y votar
como es debido. ¿A quien se le ocurre poner las elecciones en fecha tan
descabellada? Ya lo sabe, al actual presidente del gobierno.
La frase del título no es mía,
permita que le cuente su origen. La recordará. La dijo Camilo José Cela en el
Senado. Fue designado como senador por el Rey Juan Carlos en los inicios de la
llamada Transición española. La anécdota completa se la recuerdo en breve. Pero
lo que no sabe es su verdadero origen. Enseguida le desvelo el misterio.
Ahora que los parlamentarios están
de vacaciones forzosas se me antoja echar la mirada hacia atrás y recordar
algunas anécdotas del parlamentarismo en España.
Hay escritores que dedicaron
muchos ríos de tinta para narrar crónicas parlamentarias jugosas, como Benito
Pérez Galdós, Azorín o Fernández Florez. Más reciente recordará a Luís Carandell.
Todos ellos lo contaron a su manera y dejaron por escrito sus sensaciones.
A ver cómo lo hago, hay mucho
que contar. Azorín, escritor alicantino del que este año se conmemora el 150
aniversario de su nacimiento, decía que Maura era el mejor orador del Congreso
de los Diputados. “En Maura todo es sincrónico y armónico: la voz, la locución
y el ademán, más hay en su oratoria dos características supremas,
fundamentales, que son las que le hacen ser un orador insuperable. Maura domina
el énfasis y el silencio, ósea las pequeñas pausas en el curso de la oración que
es preciso ir distribuyendo cautamente, bien para dar solaz al ánimo del oyente,
o bien, a la inversa, para encenderlo”. Astuto
si era Maura, por muchas cosas, no sólo por su oratoria.
En la actualidad ha habido grandes
oradores desde la tribuna de las Cortes. Ya no están en la política activa,
ambos por errores de manual, como Albert Rivera o Pablo Casado. Los dos fueron buenos
oradores, destacando que la mayoría de sus discursos los hacían sin leer, de
memoria, con una improvisación preparada que transmitía y llegaba al ciudadano.
Permita aquí un apunte
histórico. La anécdota parlamentaria viene de antiguo. Mire. En su “Vida de
Cicerón”, Plutarco (nada menos) cuenta diversas anécdotas de este gran orador.
Para Plutarco, el uso de frases picantes por parte de Cicerón contra sus adversarios
forma parte del uso de la oratoria.
Luego el uso de este recurso depende
de cada uno. Mire sino cuando María Adelaida Pedrosa, senadora del PP, le
preguntó a Irene Montero, ministra de Igualdad, si no sentía vergüenza por
compartir su vida y ser sumisa a un presunto machista refiriéndose a Pablo
Iglesias entonces en investigación judicial (19.10.2020). Fue llamada al orden
por la presidenta de la Cámara, Pilar Llop, y replicada por la ministra
diciendo que “yo me acuesto en la cama con quien me da la gana”. Vaya con las dos.
Voy con la anécdota de Camilo
José Cela, que no se me pase, que me pongo a contar y no paro. En una sesión de
debate sobre la redacción de la que sería la Constitución española de 1978 Antonio
Fontán, presidente del Senado, dijo “Cela, está dormido” (1977). A lo que este
le contestó “no estoy dormido sino durmiendo”, y Fontán le replicó “¿y no es lo
mismo? Y Cela le dijo – ni corto ni perezoso – “pues no, como no es lo mismo
estar jodido que estar jodiendo”. Cela, que era persona leída, se inspiró en
otra anécdota parlamentaria, pero adaptándola a su manera. Aquella la
protagonizó Antonio Ríos Rosas, ministro con el General O´Donnell, además de jurista
y gran orador. Aún así, en una sesión tórrida, le pillaron supuestamente durmiendo
en su escaño. Le dijeron “Don Antonio, estaba usted dormido” y Ríos contestó “no,
estaba durmiendo”. Ante la cara de sorpresa de su interlocutor, Ríos Rosas le
manifestó “como tampoco es igual estar bebido que estar bebiendo”. Vaya con Cela.
Genio y figura.
A veces se han comparado los largos
discursos de Pedro Sánchez en el parlamento con los de Fidel Castro. Es una
exageración, está claro. Por cierto, me han recomendado la lectura del libro “La
vida oculta de Fidel Castro”, escrito por Juan Reinaldo Sánchez, que desvela los
secretos más íntimos de este líder cubano contado por uno de sus ex guardaespaldas.
Tiene pinta de descubrir cosas muy llamativas en un líder comunista.
Este artículo fue publicado con anterioridad en mi columna de opinión del periódico esdiario el 29 de junio de 2023.