Su timidez – ó quizá gracias a esta – no impidió que el pintor alicantino Emilio Valera inundara sus lienzos con los colores de las montañas, del mar, de calles estrechas, de campos floridos, de árboles frondosos. Le gustaba cargar con su caballete, sus pinceles, su paleta. Por caminos solitarios, por prolongadas veredas, por escarpados senderos. Junto a campos de olivos, de almendros en flor, de algarrobos. Cerca de caserones de labranza, de balsas de aguas dormidas, por la huerta alicantina. Entre callejuelas del casco antiguo de Alicante, del puerto, del Paseo de la Explanada. Bajo el castillo Santa Bárbara y su monte Benacantil. En los pueblecitos del valle de Guadalest, en el palmeral de Elche, en los pueblos costeros de Javea y Calpe. En tantos otros rincones donde Varela captaba con maestría el instante, el color, la luz.
No le gustaba pintar sus cuadros si se sentía observado por extraños, por curiosos. Por esto, buscaba estar sólo, entre bancales, acompañado a veces de amigos y personas del lugar de su confianza que le podían informar de parajes, de sendas, de costumbres. Por esto, cuando pintó calles y plazas, paseos y edificios, el puerto, lo hizo desde altos puntos de observación: la terraza del Ateneo, la torre del reloj del Ayuntamiento, el estudio de Andreu Buforn situado en el Barrio Antiguo, …
El ser tímido que llevaba dentro no le impidió rodearse de buenos amigos. Los hermanos Botella durante su infancia, con quienes jugaba a hacer teatro en el desván de su casa, pintando Varela los escenarios. Más tarde, le gustaba la privacidad de las tertulias, como la que tuvo en la trastienda de “La Decoradora”, en la calle Altamira, donde además de comprar lienzos y pinturas de la marca Cambridge y de participar en exposiciones, conversaba de arte con su propietario José Mingot Cremades y con su empleado Pepe Iñesta, ó como la que tenía en el taller del escayolista Ramón Ripoll en la calle San Francisco, a la que acudían, entre otros, el fotógrafo Ángel Custodio, quien un día llevó un número de la revista “La esfera” en cuyas páginas centrales había una gran fotografía de almendros en flor en Guadalest. A todos les despertó la curiosidad por tan bello paisaje y las ganas de visitar este pueblecito de la montaña, con su castillo escavado en la roca. La primera noche que pasó Varela cerca de Guadalest fue en la Fonda de Visenteta, en la calle Mayor de Benimantell, visitando este pueblecito y todos los del valle, además de su entorno.
panorámica del valle de Guadalest
pplaza del pueblo ( Benimantell )
A Emilio Varela estos paisajes le causaron una extraordinaria impresión. Los visitaría en numerosas ocasiones y los pintó en multitud de lienzos. Con diversos tonos de luz y de color según el momento en que era pintado el cuadro. En sus caminatas, en sus excursiones campestres, le acompañaron buenos amigos de su ciudad natal como el compositor Oscar Esplá, el escritor Gabriel Miró, el economista Germán Bernacer, … Todos ellos compartían una sensibilidad especial por este paisaje que les unía, para contemplar los campos de secano escalonados en terrazas, las rojizas tierras labradas de las faldas de las montañas, los chopos cerca de los riachuelos, las pinceladas blancas, marfil y rosáceas de los almendros en flor en primavera, los verdes pinares, el rumor del agua de las fuentes de la sierra de Aitana, los pequeños rebaños de cabras que subían y bajaban por las laderas, … En esta tranquilidad, con este sosiego, se inspiraban sus conciencias, se alteraba su imaginación. Se aceleraban sus ansias de pintar, en el caso de Varela, de llenar el lienzo de colores donde la naturaleza era protagonista con sus diferentes tonalidades.
valle de Guadalest
Varela no sólo es conocido por los bellos paisajes de estos terruños, de los campos de la Condomina, de los pueblos de la costa, sino también por sus bodegones y sus retratos. Cuando necesitó de la figura humana para plasmar sus sensaciones en un cuadro, su timidez le hizo recurrir muchas veces a sí mismo, por eso se conocen más de un centenar de autorretratos desde su época de adolescente hasta poco antes de su fallecimiento.
Emilio Varela con cuarenta años
autorretrato de Emilio Varela en su adolescencia
autorretrato de Emilio Varela en 1951
En la obra de Emilio Varela descubrimos su facilidad para captar los tonos, el detalle de los colores, el instante de la naturaleza. En su fase aprendizaje, uno de sus maestros, el famoso pintor Joaquín Sorolla, ya le dijo al padre de Varela, cuando este le preguntó en el Hotel Samper de Alicante en el verano de 1905 si su discípulo progresaba en su Estudio de Madrid, que “demasiado”, que le “estaba robando el color”. Y esta facilidad de captar los colores de la naturaleza, de la ciudad, del mar, y plasmarlos con sencillez en sus cuadros, es su seña de identidad. Como lo es también que en sus paisajes y bodegones gustaba de realizarlos en una sola sesión. Disfrutaba tanto cuando pintaba que no dejaba de hacerlo hasta terminar el cuadro. La paleta en una mano, los pinceles en la otra. Estos los cogía muy cerca de las cerdas. Incluso sus dedos llenos de pintura llegaron a acariciar muchas veces el lienzo, recorriéndolo con tonalidades diferentes. Tal era su pasión, su deseo, su excitación, sus ganas de plasmar lo que corría por su mente, que llenaba el lienzo con emoción, sin descanso, hasta terminar la obra.
Muchas de estas, algunas de colecciones particulares, podemos disfrutarlas en la Exposición que el Ayuntamiento de Alicante expone en la Sala de Exposiciones de la Lonja de Pescado hasta el 15 de mayo de 2010. Un verdadero homenaje a uno de los mejores pintores del siglo XX. Con esta importante exposición ha nacido un clamor popular entre la ciudadanía alicantina para reivindicar a Emilio Varela y su pintura. Una iniciativa ciudadana que está despertando voluntades para solicitar al Ayuntamiento un museo permanente de Emilio Varela. Protagonistas de esta iniciativa son Roche Cárcer, Rosa Monzón y Eduardo Lastres. Aunque no es una reivindicación nueva. En su libro “ Valera y su entorno. Notas para una biografía”, editado en 1979, José Bauzá manifestaba que “cuando su perfil de pintor no ha hecho más que agigantarse, …, nosotros continuamos negándole la atención y el respeto que su obra y el recuerdo de su persona merecen. No hemos habilitado un museo que custodie y conserve sus cuadros. No hemos escrito todavía su biografía definitiva, ni elaborado el catálogo completo de su obra. ¿Se nos ha ocurrido dedicarle un documental cinematográfico, un corto, que evoque su personalidad, su paso por la vida, y que nos permita, por lo menos, …, proyectar cada vez que lo deseemos una antología de sus telas y cartones?”. Hoy esta pregunta y esta petición y este deseo y esta inquietud, siguen abiertas. ¿Hasta cuándo?.
Obras consultadas:
“Varela y su entorno. Notas para una biografía”, de José Bauzá
“Emilio Varela, 1887-1951”. Catálogo de la Exposición “Centenario de Emilio Varela”, que en Noviembre-Diciembre de 1987, realizó la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia.