domingo, 18 de noviembre de 2012

galeón La Pepa en Alicante


La Pepa es el nombre que se le puso a la primera Constitución española, la de 1812, que este año cumple el segundo centenario de su promulgación. Una Constitución liberal, progresista, revolucionaria para su tiempo, que daba la soberanía a la Nación, no al Rey, con la separación de poderes, con la libertad de imprenta, ,,. Una Constitución que fue redactada por diputados españoles de España y de Hispanoamérica, en la que se vislumbraba la libertad de comercio entre las dos orillas del Atlántico, unidos por la misma lengua, la misma religión y el mismo Rey, incluso incorporando la ciudadanía española para los nacidos en las colonias. Una Constitución que sumaba voluntades de ambas orillas, donde primaba la libertad como derecho incuestionable. Una Constitución que desde su artículo 1 expresaba su especial carácter de ultramar al manifestar que "La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios".  



La Pepa es el nombre que se le puso a esta Constitución por nacer el 19 de marzo, día de la festividad de San José. En una ciudad asediada por el ejército napoleónico, Cádiz. Desde entonces es una ciudad atlántica comprometida con la libertad y reinvindicativa de ser la cuna del constitucionalismo español. 



La Pepa es, también, el nombre de un galeón español que recorre los mares enarbolando la bandera de la libertad y el recuerdo de aquella Constitución, su tiempo y sus circunstancias. Este galeón estuvo en el puerto de Alicante del 16 al 21 de octubre. Vino y se fue con esta misión divulgativa. Este galeón es una réplica de los galeones que unieron a las ciudades de Hispanoamérica y las del Pacífico, con España durante siglos, con 55 metros de eslora y 11 de manga. Un galeón que hoy se llena de niñ@s y adultos que admiran su arboladura, sus cañones, su casco, y la historia que guardan sus cuadernas.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

unidos, juntos podemos


La niña dejó de jugar. Miró a su abuela, lloraba en silencio casi sin hacer ruido. Le sorprendió. A su abuela siempre la había visto segura de sí misma. Pero en los últimos días era ponerse delante del televisor mientras daban las noticias y su abuela se ponía a llorar.  Quizá recordase con añoranza sus años mozos, el corretear de los niños por la casa, pensaba la niña. Aunque en realidad su mente sólo estaba pendiente de la marcha del negocio familiar que su hijo capitaneaba con dedicación pero desbordado por los problemas cotidianos. Todo había cambiado, todo se había deteriorado tanto que había perdido la esperanza. La situación económica era la culpable de sus desvelos, sus efectos demoledores en determinados sectores de la sociedad, la caída de actividad y de ingresos de la empresa familiar. 

La niña, de unos 7 años de edad, miraba por la ventana. Llovía. El cielo negro descargaba gotas de lluvia con intensidad. La calle, vacía. Algún esporádico coche chapoteaba los charcos de la carretera. Después, silencio, tan sólo roto por el ruido de algún relámpago. 

La niña quería salir a la calle, ir al parque, jugar con sus compañeras de colegio que a esa hora solían hacerlo todos los días. Insistió. Encerrada en casa parecía que las paredes le oprimían, la casa se le hacía pequeña. Respirar aire puro era lo que les hacía falta, a las dos.



Lo consiguió. Había dejado de llover. Bien abrigadas, salieron a la calle. Seguían vacías. Caminaron en silencio por el parque. Pisando los colores de otoño de las hojas caídas bajo sus pies, la niña gritó: "mira, abuela, un árbol de oro". Más que de oro, dorado, pensó la abuela aunque calló. La niña sonreía mientras apretaba la mano de su abuela con su manita. Se miraron con cariño, sobraban las palabras. Siguieron caminando. De repente la niña se paró, se pararon las dos. La niña, con una lágrima que caía por su mejilla izquierda, le dijo a su abuela "no te preocupes, todo tiene solución; ¿te acuerdas lo que decía el abuelo?: unidos, juntos podemos".

sábado, 10 de noviembre de 2012

cuando hay regata en la bahía



Cuando hay regata la bahía se tapiza de velas, de mástiles, de veleros que se recortan sobre el horizonte esperando la bocina de la salida. Con veleros por babor y por estribor, es la competición lo que les motiva participar en la regata. 



 Nosotros les observamos desde nuestra cubierta porque es el viento el que nos lleva mar adentro, lejos de la regata. Navegamos escorados mientras las velas se llenan de viento y de las ilusiones de esta aventura marinera. 



Para todos son las tripulaciones de los hombres y las mujeres que vamos a bordo los que gobernamos la embarcación desde la caña, con todo el trapo arriba, realizando las maniobras de los bordos, de los virajes, navegando de través ó ciñiendo. Mientras, el mar se riza, con pinceladas de espuma, en ocasiones.



Y muchas veces, como hoy, cuando hay que volver para estar con la familia es cuando el viento sube de intensidad. Nos esperan en casa sino volveríamos mar a dentro. Pero recordamos ese dicho marinero que dice que si quieres disfrutar del mar no tengas prisa de volver a puerto.



sábado, 3 de noviembre de 2012

Jim contra la polio

Lo primero que vio Jim al nacer no fue la sonrisa de sus padres, ni la mirada emocionada de sus abuelos, ni los prados verdes que había cerca del hospital, ni el cielo azul que se colaba por la ventana, ni unos niños  que jugaban en ese momento a la pelota en la calle, ... Lo primero que vio Jim al abrir sus ojos después de nacer fue una cosa negra, fea, larga, ... No le gustó ni en ese momento ni a lo largo de su vida. Ese objeto le marcó para siempre desde la primera vez que sus ojos se abrieron a este mundo. 

Jim estaba acurrucado en la cuna, en una posición fetal, arropado por unas sábanas limpias y una manta suave que le calentaba todo su cuerpo. Al abrir sus ojos por primera vez, a Jim le hubiera gustado que este mundo le hubiese dado la bienvenida de otra manera, con otros colores, con un beso, con una caricia, con la mirada satisfecha de su madre, con el entusiasmo de su padre, con la emoción de sus abuelos. Porque lo primero que vió Jim al nacer fueron unas muletas apoyadas en la pared. Unas muletas negras que le parecieron una amenaza. No eran para él, supo después. Eran de su hermano. Desde muy niño eran como sus otras piernas porque las suyas estaban afectadas por la enfermedad de la Polio. Unos vómitos, mareos, dolor de cabeza, fuertes dolores musculares, fueron los primeros síntomas de esta enfermedad que le arruinó su infancia, su adolescencia y toda su vida. Y por esto las sensaciones de niño que pudieron ser, nunca fueron. Ni correr, ni saltar, ni jugar a la pelota. Todo lo tenía que hacer arrastrando las piernas ayudado por esas muletas. 

Jim se comprometió consigo mismo que algo tenía que hacer, algo tenía que cambiar para evitar que lo que le pasaba a su hermano le pasara a sus familiares y amigos, le pasara a él. Fue un compromiso personal desde muy niño, un motivo para vivir y para conseguir que la vida de muchos estuviera a salvo de la Polio.

Jim ya adolescente conoció a unos chicos y chicas de su edad que colaboraban como voluntarios de un Interact (jóvenes de 12 a 18 años integrados en un club de servicio, auspiciados por Rotary Internacional) en la vacunación preventiva a niños y niñas en muchos barrios de la ciudad. Se unió a ellos. Eran un grupo de apoyo de ayuda a la Comunidad. Era una buena manera de compartir su tiempo al servicio de los demás para contribuir a prevenir y a erradicar la Polio en su barrio, en su ciudad, en su país.

Esta obsesión de Jim desde la cuna, como la de muchos otros, han contribuido a que la India haya dejado de ser un país endémico de esta enfermedad y se sume así  a la larga lista de países donde la Polio empieza a ser un recuerdo. 



Ya sólo quedan tres países donde erradicar la Polio: Paquistán, Afganistán y Nigeria. En los demás hay que seguir con la prevención y la educación. Rotary Internacional, Unicef, la OMS, la Fundación Bill y Melinda Gates, colaboran para que esta historia tenga un final feliz: la erradicación total de la Polio en el mundo. 

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