Un fenómeno televisivo llama
mi atención y eso que yo la tele la veo lo justo: telediarios, alguna película,
el canal de música clásica y poco más. Pero me invitaron a verlo y eso hice. Ya
me dirán con su lectura si comparten conmigo lo que seguidamente les cuento del
tema de hoy que, por cierto, levanta pasiones.
Este fenómeno es un concurso
televisivo de gran audiencia en el que diversos jóvenes compiten con su canto y
su puesta en escena, destacando, además, los valores que han desarrollado durante
la competición.
Se puede decir que este
programa tiene de todo. Desde el principio se escucha una banda sonora
motivadora que conecta pronto con el espectador; tiene un presentador que se
maneja bien por el escenario; un desarrollo ágil; con una exigencia y un nivel
de dificultad alto para los concursantes que les condiciona en el aprendizaje y
en su resultado para poder permanecer en el concurso; estos se esfuerzan en ser los mejores para el
jurado y, posteriormente, para el público; provoca que el espectador pueda
participar desde casa, se involucre, sea parte, votando la permanencia de los
participantes; y estos conviven bajo el mismo techo en la Academia como lugar
de formación y de convivencia. Operación Triunfo tiene todo esto, aunque en cada
edición la magia del programa lo ponen sus concursantes.
OT fomenta valores,
desarrolla talento, ofrece un entretenimiento positivo para generar la máxima
audiencia posible, dando una formación en la Academia a los concursantes desde
la igualdad. Un programa que se olvida del reality para centrarse en el
aprendizaje de estos jóvenes que se empapan de todo con rapidez desde la
humildad y el empeño.
Todo esto ayuda a que cuando
en un concurso como este que provoca la rivalidad, despierta el liderazgo de
cada concursante, encuentran la competitividad para llegar a la meta en la que
sólo gana uno, lo que vemos a través de la tele es que no son rivales, son
compañeros; compiten pero sin pisar al otro porque se han hecho amigos; triunfan
pero con la tristeza del que pierde a un amigo por la marcha del que se va del
concurso, con la solidaridad en su desdicha prometiéndole amistad eterna; y
desarrollan su tarea desde la tolerancia sin bandos, todos juntos, con la
permanente nostalgia del que ya no está en la competición. ¿Quién dijo que la
Juventud española había perdido los valores básicos de convivencia?.
Disfrutan de la música y de
la danza. Y componen, compartiendo en cada momento lo que hacen. Incluso
investigan con esa melodía ó con aquella, con ese tono ó con este otro, porque
“la música da nombre a lo innombrable y comunica lo desconocido”, como dijo
Leonard Bernstein, hasta emocionarse.
Agoney, Aitana, Alfred,
Amaia, Ana, Joao, Juan Antonio, Cepeda, Marina, Mario, Mireya, Mimi, Miriam,
Nerea, Raúl, Ricky, Roi y Thalía son sus nombres. Estos jóvenes generan, sin
querer, una lección de humanidad desde su naturalidad y su autenticidad. Y son
felices.
Un día le pidieron a John
Lennon en la escuela que dijera que quería ser cuando fuese grande y contestó
“feliz” y cuando le dijeron que no había entendido la pregunta Lennon dijo
“vosotros no entendéis la vida”.
Ya ven, OT es un concurso
donde destacan los valores de unos jóvenes que ha provocado el éxito rotundo de
esta edición que está cerca de terminar, proyectando un gran porvenir en la
música para algunos de sus concursantes. Como se dice a los artistas, “mucha
mierda”, mucha suerte.
Este artículo lo escribí con anterioridad en mi columna de opinión del periódico Alicante Press.
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