Nadie duda que hoy en España
hay que llevar mascarilla para evitar contagios del covid-19. Prevenir es
curar, dice un refrán popular. Me da igual quienes niegan su efectividad,
negacionistas incluidos, es una manera más en la lucha contra este virus tan
dañino. Y no sobra, por muy incómodo que esta sea.
Hace unos días un amigo me
mandó un vídeo del actor David Muro en el que llamaba la atención en lo mucho
que pasaron y lucharon nuestros abuelos sin quejarse de nada para que ahora
unos cuantos se quejen de todo por llevar la mascarilla. Aquellos ancianos, de
los que muchos aún están para contarlo, sufrieron la guerra civil española, la
segunda guerra mundial, la guerra fría, años de penuria y de hambre, el cólera,
la polio, crisis económicas muy importantes como la de 1929, y ahí están
resistiendo ante la adversidad, dando ejemplo de su fortaleza mental, la física
ya es más difícil, disgustados por ver cómo la generación en edad universitaria
se queja de todo. Se les llama la “generación débil” porque lo han tenido todo
muy fácil y ahora en vez de rebelarse ante la adversidad su postura mayoritaria
(que no todos son iguales) es revelarse por no tener la libertad de movimiento, de reunión, que teníamos
antes del covid-19. También se quejan de llevar la máscara que muchos la cuelgan a modo de bufanda o del brazo para ponérsela deprisa si ven a la
policía y evitar que los multe. Para todos llevar la mascarilla puede ser la
salvación, para muchos es tristemente
algo más.
Pero la mascarilla también da
oportunidades de relacionarse, fíjense cómo son las cosas. Para los tímidos,
para los feos, …. La mascarilla les ha salvado la vida en sus relaciones sociales,
como antes lo hicieron las redes sociales y el whas upp. Tras la mascarilla,
tras una pantalla, ocultan sus miedos, sus recelos, sus inquietudes.
La mascarilla oculta la parte
más expresiva de la cara, esa que no hace falta expresarse con palabras, esa
que a veces traiciona al hablante porque afirma lo que está negando o lo
contrario, según los casos. Muchos gestos alrededor de la boca o de los labios
se producen de forma espontánea y automática, y dicen mucho más que las propias palabras. Y con
ellos, podemos saber si nuestro interlocutor es sincero con nosotros, si nos
está diciendo la verdad, si su manifestación es coherente. Muchos se delatan
por un gesto que no puede controlar, y ahora la mascarilla se lo oculta. Con
ella ganan los tramposos, los embusteros, … Entenderán ustedes por qué en
algunas épocas se prohibieron las celebraciones del Carnaval, no por ir
disfrazados sino por ocultar su rostro aquellos que participaban de la fiesta.
Y con su cara oculta con su máscara, algunos pocos hacían todo tipo de
fechorías. Pagaban justos por pecadores y se prohibía la fiesta.
La mascarilla sí que deja a
la vista los ojos, que también son muy expresivos, aunque no tanto como los
gestos de alrededor de la boca. Los ojos son muy curiosos. Miran en todas
direcciones, a veces con movimientos graciosos, de sorpresa, de miedo, de
asombro, … Detrás de la mascarilla son
dueños de la escena. Sin embargo, a veces el gesto de las cejas los delata
porque dicen otra cosa que la mirada. Vaya con las cejas, estas sí que son
curiosas. Cuando algo nos llama la atención se alteran y se alzan hacia arriba.
Cuando estás triste, se curvan hacia abajo con la mirada. En la mayoría de los
casos también es un gesto incontrolable.
Ósea, no piense que por llevar la mascarilla puede ser tramposo, estafador, mentiroso, porque su mirada lo delatará. Y no se olvide, llevamos mascarilla para salvar vidas, también la suya, no para otra cosa.
El mural de inicio de este artículo de opinión está pintado en homenaje de los sanitarios en su lucha contra el covid-19 en la calle de Melide en La Coruña, de autor desconocido.
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