Conducir un Porsche por la Selva Negra en pleno otoño es una perfecta combinación para disfrutar del motor y para recorrer pueblos pintorescos en medio de una exuberante naturaleza por montañas, arboledas. ríos y verdes llanuras.
Lo primero, el encuentro nos llama enormemente la atención con los porsche, todos juntos uno al lado del otro, dispuestos para iniciar una gran aventura entre amigos. Todos preparados como si estuvieran en la parrilla de salida. Pero esta vez no emularemos a aquellos pilotos de carreras que en sus circuitos de velocidad iniciaron la leyenda de los vehículos de esta marca por sus motores, por su diseño, por su exclusividad. Esta vez emularemos a los buenos conductores que por carretera conducen su coche disfrutando de sus prestaciones, cumpliendo la velocidad reglamentaria en las poblaciones urbanas y apretando el acelerador en los tramos de la autopista donde se puede correr. Será en esos momentos cuando disfrutamos del mismo automóvil, pero con sensaciones diferentes.
Rodamos en fila de a uno por una carretera que abre un porsche con un monitor al volante que nos indica a través del radioteléfono si está despejada o no, nos da indicaciones de los pueblos que atravesamos, de donde debemos parar, así como las novedades que vayan surgiendo en el recorrido. No es una competición y tenemos que cumplir las normas de circulación.
Atravesamos grandes bosques de altos y enormes abetos donde los leñadores sierran su madera y se asoman al borde de la carretera para ver a estos bellos automóviles cuando pasamos mientras rugen en cada curva y se encaprichan en cada acelerón.
Circulamos por carretas comarcales
de localidades y alrededores tan atractivas como Baden Baden o Oberwolfach.
Baden Baden, la ciudad del glamour al ser elegida por la aristocracia desde el
siglo XIX como lugar de reposo y balneario. Con la resaca y el eco de esa notoriedad, la ciudad se fue haciendo a las faldas de su castillo construyendo
edificios de noble fábrica con notables palacios, un lujoso casino, una
preciosa iglesia gótica de altas naves y bellas vidrieras, fuentes monumentales
y enormes parques donde dejar correr el tiempo escuchando el susurro de los
riachuelos que los atraviesan y de las hojas de los árboles que se balancean
con el viento. El parque Lichtentaler es el más conocido, de estilo inglés,
sigue el curso del río Oos. Baden Baden también es refugio de músicos, donde
interpretan sus partituras en teatros, salas de ópera y conciertos. La Festspielhaus
es la segunda sala de ópera y conciertos más grande de Europa. Pasamos la noche en esta bella ciudad.
Recorremos puertos de montaña por encima de las nubes, atravesamos por en medio de grandes llanuras verdes con campos de labranza y terminamos nuestra aventura a gran velocidad por la autopista.
Nos llevamos un buen recuerdo de la Selva Negra, esta masa boscosa de unos 60 kms de anchura, nada menos, cuya extensión da cobijo a preciosas poblaciones y pequeños pueblecitos que cruzamos con nuestros Porsche. Al pasar, algunos transeúntes se paran y nos hacen fotos, bueno se las hacen a los coches porque se lo merecen. Sus diseños crean sensación allá donde vayan, con sus curvas, su tamaño, su altura, sus vivos colores, y el rugir de sus motores.
Lo bueno se acaba y volvemos a la realidad para coger el avión en Sttugart y volver a casa después de pasar unos días en Alemania que dejan un recuerdo imborrable en nuestra memoria.
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