Corrió
hasta desfallecer. No sabía hacia donde, pero tenía que correr lo más rápido
posible. Cuando sus piernas no dieron más de sí, se paró. No sabía dónde
estaba. Se sentó en el bordillo de una acera. Miró aterrado su ropa y sus
brazos cubiertos de sangre. Se palpó el cuerpo, nada le dolía. No era su sangre.
Sin embargo, sí sentía un gran desasosiego. Se puso a llorar,
desconsolado.
Se le acercó una anciana que se parecía a su
abuela, pero no era su abuela. Le miró un hombre, al que sonrió, sus
rasgos eran muy parecidos a los de su padre, pero sólo lo eran, tampoco era su
padre. Se le arrimó una mujer. Se sentó a su lado. Sacó de su bolso un pañuelo blanco
inmaculado y limpió con él la sangre. Creyó escuchar que su madre le llamaba a
gritos desde lejos, ¿John, dónde estás?, buscándole de forma desesperada,
pero fue una mera ilusión.
Le hablaban, pero no oía nada. Quería
hablar, pero no podía. Estaba en schock. Lloraba sin encontrar consuelo.
Su mirada estaba marcada por el terror. A su
alrededor ambulancias y coches de policía iluminando la noche con la luz de sus
sirenas. A sus 9 años no podía contener sus nervios, le temblaban todas las
extremidades.
Quería irse a casa, quería reunirse con sus
padres. Recordaba haber ido con ellos a un concierto en el Manchester Arena.
Recordaba escuchar una fuerte explosión y ver amigos del colegio saltar por los
aires. Salió a la calle gritando con todas sus fuerzas y corriendo sin parar en
la estampida del pánico.
En otra parte de la ciudad unos padres buscaban
a su hijo. No podían creer que se hubiera escurrido de sus manos y perdido en
el caos de la huida después de la explosión. No querían pensar que su hijo era
una de las víctimas por la onda expansiva de la bomba. Preguntaron a la
policía, en los hospitales, a los transeúntes que iban por la calle. Nadie
lo había visto. No era el único niño perdido en esa dramática noche, a otros
les había pasado lo mismo. Pero esto tampoco era un consuelo.
Una situación como ésta ¿ hacia dónde nos lleva
?. En un mundo civilizado como el nuestro no podemos permitir que la violencia
engendre más violencia. El odio, la venganza, la rabia, no conducen a nada. Es
fácil decirlo desde la distancia pero no podemos responder con más bombas.
Tiene que haber otros medios como la educación, la integración social, el
respeto a las relaciones interculturales, el cumplimiento de la ley, ...
De la misma manera que John encontró a sus
padres y se fusionaron en un largo abrazo en plena calle, todos nosotros
tenemos que abrazar la esperanza de tener un mundo en paz y poner los medios
para conseguirlo.
Este artículo ha sido publicado con anterioridad en mi columna del periódico Alicante Press en este enlace
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