En 1105 nació en Galicia un rey que iba a ser protagonista de su época: Alfonso VII. Contemporáneo de otro Alfonso, I el Batallador de Aragón, aunque más joven aquél de este. Hijo de Doña Urraca, la intrigante e inquieta reina de León, y de Raimundo de Borgoña.
Ante los éxitos de Alfonso I
el Batallador, Alfonso VI, rey de León, acuerda casar por segunda vez a su hija Doña Urraca
con ese guerrero de tanto éxito conquistador, aunque produciendo tensiones con la Casa
de Borgoña. El arzobispo cluniacense de Toledo declaró nulo este matrimonio
porque los dos cónyuges eran bisnietos del rey Sancho el Mayor. Todo era evitar
la unión de los reinos que representaba este matrimonio. El nuevo matrimonio firmó un acuerdo declarando heredero de sus
reinos para el hijo que pudiera nacerles y en caso de no tener descendencia lo
sería D. Alfonso Raimúndez. La Casa de Borgoña propuso nombrar rey de Galicia a
Alfonso VII apoyado por la nobleza gallega. Se produjeron diversas intrigas
contra Alfonso I, incluso por Doña Urraca. Después de estos y de varios
conflictos bélicos entre leoneses, castellanos y aragoneses, Alfonso I renuncia
a su matrimonio “para no vivir en pecado” y acepta en León que quien fue su
hijastro sea coronado rey.
Alfonso VII fue coronado en
la catedral de Santiago de Compostela el 17 de septiembre de 1111. Desde 1124
Alfonso VII, con 18 años, armado Caballero de Compostela, empieza a ejercer su
poder con decisión, ideas nuevas, sin las intrigas de su madre la reina
Doña Urraca y alejado de las restricciones impuestas por el obispo Gelmirez.
Alfonso VII conquistó Burgos,
ciudad símbolo de Castilla. Alfonso I acude con su ejército a defender su
frontera ya que dominaba varias zonas de Castilla como la propia Burgos,
Carrión y la línea fortificada del Ebro. Pudo producirse un conflicto de
trágicas consecuencias entre los dos Alfonso. La mediación de Gastón de Béarn y
del Señor de Bigorre impidieron este enfrentamiento con la firma del Tratado de
Támara de 1127. En este acuerdo se fijan las fronteras entre ambos reinos.
Alfonso VII renuncia a varias zonas de la ribera del Ebro (La Rioja, la mayor
parte de Soria y casi todo el País Vasco) y reconoce a Alfonso I el Batallador como
rey de Zaragoza y este reconoce a Alfonso VII la ciudad de Burgos, Soria y el título
de Emperador de España (Imperator Hispaniae). Este fue un reconocimiento a la
continuidad histórica y a la tradición visigótica reconociendo a Alfonso VII
como legítimo heredero de la línea de Alfonso I de Asturias. Este
reconocimiento de Emperador no era por la soberanía de los demás reinos
cristianos sino por la primacía en el proceso de reconquista y unificación
peninsular.
En aquella época muchas de
las alianzas se hacían a través de los matrimonios y más si el otro cónyuge era
de un territorio peninsular. Así pasa con el joven Emperador al casar en 1128
con Berenguela, la hija del Conde de Barcelona Ramón Berenguer III.
Tras morir Alfonso I el
Batallador en 1134 sin descendencia (lega su reino a las Órdenes Militares de
los Templarios y de los Hospitalarios), Alfonso VII aprovecha el vacío de poder
y conquista Nájera, Calatayud y Zaragoza. Posteriormente, Alfonso VII cede
Zaragoza a García Ramírez, rey de Navarra, a cambio de su vasallaje.
Consolidado su trono y
extendido su influencia en los reinos vecinos peninsulares, Alfonso VII es proclamado
Emperador en León el 26 de mayo de 1135 (fiesta de Pentecostés). Al otro lado
de los Pirineos también es reconocido como Imperator Hispaniae.
Centrado en la acción común
con los reinos cristianos peninsulares, se acuerda la boda de Sancho,
primogénito de Alfonso VII, con Petronila, hija de Ramiro II, rey de Aragón.
Esta boda hubiera adelantado tres siglos la unidad de los Reyes Católicos. Sin
embargo surgieron pegas: los grandes señores aragoneses y navarros no veían con
buenos ojos ser súbditos del poderoso Emperador Alfonso VII, además el Papa se
oponía al matrimonio del heredero leonés con Petronila, seguía
obsesionado con la herencia de Alfonso I el Batallador a favor de los Templarios
y Hospitalarios. Finalmente Petronila casó con Ramón Berenguer IV, Conde de
Barcelona y Caballero de la Orden Militar del Temple.
En Carrión de los Condes, se
reunieron Alfonso VII y Ramón Berenguer IV reconociendo el segundo el poderío y
superioridad del primero y le rindió vasallaje. Esta coalición no gustó al rey
navarro. Para paliarlo Alfonso VII pactó nuevas alianzas a través de los
matrimonios del Príncipe Sancho con Blanca de Navarra (1151) y a García Ramírez
con Urraca, hija natural del rey leonés (1144). También
estableció la denominada Paz de Valdérez (1140) con su primo el portugués
Alfonso Enriquez. Este empleaba el título de rey que Alfonso VII sólo se lo
reconoció a partir de 1143 a cambio de su vasallaje.
Alfonso VII libre de
problemas con los reinos peninsulares, emprende nuevas campañas bélicas contra
los almorávides. En 1139 conquista el estratégico castillo de Oreja (Madrid), y
Albalete y Coria (Cáceres) en 1142. En 1144 asoló todo Al-Ándalus. En 1146,
toma Córdoba. En 1147, conquista Almería, Calatrava (Ciudad Real), Uclés
(Cuenca), y Baeza. En 1151 Alfonso VII
propone y firma con Ramón Berenguer IV el Tratado de Tudilén ó Tudején para el
reparto y conquista de las tierras musulmanas para concentrar cada uno sus
acciones a esos territorios: Levante y Baleares para la Corona de Aragón y el
centro y oeste peninsular hasta la línea portuguesa para la Corona de León,
con la suprema potestad y dominio de todas las tierras españolas para el
Emperador. Siguieron las conquistas de Alfonso VII, así en 1155, ocupa Andújar
(Jaén), Pedroche y Santa Eufemia (Córdoba).
Algunas de las conquistas
andaluzas fueron efímeras volviendo a manos almohades como ocurrió con Almería
en 1157. Este fue el año de la muerte de Alfonso VII, en agosto, con 52 años.
Dos años antes había programado su sucesión entre sus hijos varones de Berenguela, su
primera mujer: a Sancho III, su primogénito, le concedió Castilla,
Toledo y la Extremadura castellana. A Fernando II, León y Galicia. Un rey que
se había empeñado en unificar los territorios peninsulares bajo su corona, hace
la partición de su reino tras su muerte. Así era la costumbre de
aquella época.
Autores consultados:
(1)
Vaca de Osma
(2)
Luís Suárez Fernández
(3)
Menéndez Pidal
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