viernes, 6 de noviembre de 2020

Las cigarreras

 

cigarreras en la fábrica de tabacos de Alicante, operarias con la máquina universal 
para la fabricación de cigarrillos sin boquilla

Cuando una ciudad era elegida para instalar una fábrica de tabacos era como si le hubiese tocado la lotería y más aún a los miles de mujeres que eran contratadas para hacer los cigarros. Una de esas ciudades fue Alicante (1801).


Para esas mujeres era una suerte trabajar en una fábrica de tabaco porque en aquella época la mujer sólo trabajaba en las labores de la casa o del campo y no tenían casi salida en otro empleo que no fuera ese. Así lo menciona Caridad Valdés Chápuli en un interesante trabajo sobre las cigarreras de la fábrica de tabacos de Alicante. 


Las cigarreras, operarias así llamadas de forma popular, empezaban a trabajar desde muy jóvenes. Incluso una vez casadas llevaban a sus hijos de meses en sus canastos a modo de cuna mientras hacían su faena. Ya siendo adolescentes, si eran niñas ejercían de aprendices sin serlo aprendiendo este oficio que con el tiempo sería el suyo. Aprendían también de la vida, testigos mudos de las conversaciones de sus madres con otras mujeres que en sus momentos de descanso comentaban el devenir cotidiano. ¿Se imaginan encontrase con la realidad tan pronto, qué pasaría por esas cabecitas?.



cigarreras pintadas por Gonzalo Bilbao en 1915 
en la fábrica de tabacos de Sevilla

Las cigarreras llamaron la atención de escritores y viajeros extranjeros. Por citar a uno de ellos, mencionaré al francés Próspero Merineé (1803-1870) quien escribió su novela corta “Carmen” en 1845 que luego fue convertida en ópera por Georges Bizet en 1875. Merimeé narra escenas de amor, celos y muerte entre un militar y una gitana que trabaja en la fábrica de tabacos en Sevilla. A las cigarreras las describe como mujeres jóvenes, morenas, provocativas, valientes, …. Otros escritores extranjeros dieron cuenta de las cigarreras en sus  escritos de sus viajes por España como Joseph Townsend  o Teófilo Gautier.  


También contaron de ellas escritores españoles como Antonio Flores (“Los españoles pintados por sí mismos. La cigarrera”, de 1843), Armando Palacio Valdés (“La hermana S. Suplico”, 1889) o Emilia Pardo Bazán (“La Tribuna”, 1883), cuentan la vida y milagros de las cigarreras en las fábricas de tabacos y su entorno social.


Emilia Pardo Bazán narra su cruda realidad, la dureza de este trabajo y las malas condiciones laborales, que no todo era la manifestación exagerada y la imagen exótica que describían de ella algunos escritores extranjeros. Un escritor inglés escribió su crónica en The Times en Londres, que luego fue traducido en un periódico local, en la que manifestó que nos imaginemos a “mujeres de 14 a 40 años, pero la mayor parte jóvenes y bonitas, vestidas con el pintoresco traje de estas provincias, con su negra y rica cabellera por único adorno en la cabeza, y entre ellas los superintendentes que se mueven vanamente en todas direcciones para hacer guardar el silencio y el orden necesarios para el trabajo”.


En su libro dedicado a la mujer alicantina, Llofriu Sagrera manifiesta que “la cigarrera, modelo de laboriosidad y de gracia, encierra el donaire, la oportunidad, el chiste y nada más divertido que oír a aquellas la delicadeza y punzante sátira contra las que pretenden el predominio de la belleza sin merecerlo”, y sigue diciendo que “la fábrica de tabacos es foco permanente de murmuración, no saliendo de allí, ni una de las personas que visitan el establecimiento, sin llevar el epigrama atrevido, la sátira incisiva”.


grupo de cigarreras en el patio de la 
fábrica de tabacos de Alicante

Las cigarreras crearon su propio clima dentro de la fábrica, se respetaban y se protegían entre ellas de las exigencias del patrono y de lo laborioso de su faena. En muchas ocasiones trabajaban en la fábrica mujeres de tres generaciones de la misma familia: abuela, hija y nieta. Emilia Pardo Bazán nos describe muy bien ese ambiente laboral al manifestar que “medio ciega y muy temblorosa de manos, la madre no podía hacer más que niños, o sea la envoltura del cigarro; la hija se encargaba de las puntas y del corte, y entre las dos mujeres despachaban bastante, siendo de notar la solicitud de la hija y el afecto que se manifestaban las dos, sin hablarse, en mil pormenores; en el modo de pasarse la goma, de enseñarse el mazo terminado y sujeto ya con su faja de papel, de partir la moza la comida con su navaja y acercarla a los labios de la vieja”. Entrañable escena que nos narra Pardo Bazán. Y sigue manifestando que “¿sabe usted qué es esa fábrica?. Una masonería de mujeres que, aunque hoy se arranquen el moño, mañana se ayudan todas como una legión de diablos”. Tenían rivalidades, empeños y diferencias, pero ante la adversidad, se juntaban todas a una y así lo expresa esta escritora al indicar que “se ayudarían mutuamente, como siempre, las que estaban mejor se rascarían el bolsillo para atender a las más necesitadas, y en efecto, así se hizo, verificándose numerosas cuestiones, siempre con fruto abundante”. Este sentir pasaría de la ficción a la realidad y fue fruto de la necesidad de sindicarse que harían en el futuro.

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