Cuando una ciudad era elegida
para instalar una fábrica de tabacos era como si le hubiese tocado la lotería y
más aún a los miles de mujeres que eran contratadas para hacer los cigarros. Una
de esas ciudades fue Alicante (1801).
Para esas mujeres era una
suerte trabajar en una fábrica de tabaco porque en aquella época la mujer sólo
trabajaba en las labores de la casa o del campo y no tenían casi salida en otro
empleo que no fuera ese. Así lo menciona Caridad Valdés Chápuli en un interesante trabajo sobre las cigarreras de la fábrica de tabacos de Alicante.
Las cigarreras, operarias así
llamadas de forma popular, empezaban a trabajar desde muy jóvenes. Incluso una
vez casadas llevaban a sus hijos de meses en sus canastos a modo de cuna
mientras hacían su faena. Ya siendo adolescentes, si eran niñas ejercían de
aprendices sin serlo aprendiendo este oficio que con el tiempo sería el suyo. Aprendían
también de la vida, testigos mudos de las conversaciones de sus madres con
otras mujeres que en sus momentos de descanso comentaban el devenir cotidiano.
¿Se imaginan encontrase con la realidad tan pronto, qué pasaría por esas
cabecitas?.
Las
cigarreras llamaron la atención de escritores y viajeros extranjeros. Por citar
a uno de ellos, mencionaré al francés Próspero Merineé (1803-1870) quien
escribió su novela corta “Carmen” en 1845 que luego fue convertida en ópera por
Georges Bizet en 1875. Merimeé narra escenas de amor, celos y muerte entre un
militar y una gitana que trabaja en la fábrica de tabacos en Sevilla. A las
cigarreras las describe como mujeres jóvenes, morenas, provocativas, valientes,
…. Otros escritores extranjeros dieron cuenta de las cigarreras en sus escritos de sus viajes
por España como Joseph Townsend o
Teófilo Gautier.
También
contaron de ellas escritores españoles como Antonio Flores (“Los españoles
pintados por sí mismos. La cigarrera”, de 1843), Armando Palacio Valdés (“La
hermana S. Suplico”, 1889) o Emilia Pardo Bazán (“La Tribuna”, 1883), cuentan
la vida y milagros de las cigarreras en las fábricas de tabacos y su entorno
social.
Emilia
Pardo Bazán narra su cruda realidad, la dureza de este trabajo y las malas condiciones
laborales, que no todo era la manifestación exagerada y la imagen exótica que
describían de ella algunos escritores extranjeros. Un escritor inglés escribió su
crónica en The Times en Londres, que luego fue traducido en un periódico local,
en la que manifestó que nos imaginemos a “mujeres de 14 a 40 años, pero la
mayor parte jóvenes y bonitas, vestidas con el pintoresco traje de estas
provincias, con su negra y rica cabellera por único adorno en la cabeza, y
entre ellas los superintendentes que se mueven vanamente en todas direcciones
para hacer guardar el silencio y el orden necesarios para el trabajo”.
En su
libro dedicado a la mujer alicantina, Llofriu Sagrera manifiesta que “la cigarrera,
modelo de laboriosidad y de gracia, encierra el donaire, la oportunidad, el
chiste y nada más divertido que oír a aquellas la delicadeza y punzante sátira
contra las que pretenden el predominio de la belleza sin merecerlo”, y sigue
diciendo que “la fábrica de tabacos es foco permanente de murmuración, no
saliendo de allí, ni una de las personas que visitan el establecimiento, sin
llevar el epigrama atrevido, la sátira incisiva”.
Las cigarreras crearon su propio clima dentro de la fábrica, se respetaban y se protegían entre ellas de las exigencias del patrono y de lo laborioso de su faena. En muchas ocasiones trabajaban en la fábrica mujeres de tres generaciones de la misma familia: abuela, hija y nieta. Emilia Pardo Bazán nos describe muy bien ese ambiente laboral al manifestar que “medio ciega y muy temblorosa de manos, la madre no podía hacer más que niños, o sea la envoltura del cigarro; la hija se encargaba de las puntas y del corte, y entre las dos mujeres despachaban bastante, siendo de notar la solicitud de la hija y el afecto que se manifestaban las dos, sin hablarse, en mil pormenores; en el modo de pasarse la goma, de enseñarse el mazo terminado y sujeto ya con su faja de papel, de partir la moza la comida con su navaja y acercarla a los labios de la vieja”. Entrañable escena que nos narra Pardo Bazán. Y sigue manifestando que “¿sabe usted qué es esa fábrica?. Una masonería de mujeres que, aunque hoy se arranquen el moño, mañana se ayudan todas como una legión de diablos”. Tenían rivalidades, empeños y diferencias, pero ante la adversidad, se juntaban todas a una y así lo expresa esta escritora al indicar que “se ayudarían mutuamente, como siempre, las que estaban mejor se rascarían el bolsillo para atender a las más necesitadas, y en efecto, así se hizo, verificándose numerosas cuestiones, siempre con fruto abundante”. Este sentir pasaría de la ficción a la realidad y fue fruto de la necesidad de sindicarse que harían en el futuro.
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