Entre las maravillas del
tesoro de la catedral de Córdoba, hay una que me gusta más sobre las demás: el crucifico
de marfil de mediados del siglo XVII de la escuela granadina, de autor
desconocido. Esta es la más espectacular. Sin embargo, la Custodia Procesional del Corpus es
la más famosa, realizada con plata, plata dorada y oro, obra de Enrique de Arle
entre 1514 y 1518.
El crucifijo mencionado lo tiene
todo, arte y espiritualidad. De pequeño tamaño, el trabajo sobre el marfil es extraordinario. Acérquese
a través de una buena foto para disfrutar de los detalles, o en directo, aunque
se expone detrás de un cristal blindado. Verá lo espléndido que está esculpido
todo: las venas de las manos, la musculatura de las piernas y brazos, el cuello, el
pecho, el cabello o la barba. Parece que son de verdad. Además, fíjese en la
cuerda que sujeta el paño que cubre sus partes menores, parece que es real, no
que forma parte de esta escultura.
Vea la composición del Cristo
crucificado en la que los pies están clavados en la cruz uno al lado del otro
con las piernas semiflexionadas, no uno clavado sobre el otro; a su vez tiene un brazo
extendido en toda su extensión y clavado en el madero, el otro flexionado
ligeramente; con la cabeza mirando hacia arriba, hacia el cielo, y no como la
mayoría de los crucifijos que está ladeada o caída hacia abajo.
Tiene la boca abierta, parece
que habla, que da un nuevo mensaje antes del último suspiro. Y así fue. Dijo a Dios:
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Al buen ladrón: “En verdad te
digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. A María, su madre: “Mujer, ahí
tienes a tu hijo”. Y a Juan: “Ahí tienes a tu madre”. A Dios, su padre: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. A todos: “Tengo sed”. Al mundo: “Todo
está cumplido”. A Dios: “padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Este crucifijo es el vivo
retrato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Después de más de dos
siglos seguimos conmemorando este misterio que conduce a la vida eterna.
La catedral de Córdoba es una de las maravillas de la cristiandad. Para llegar a ella hay que atravesar buena parte del bosque de columnas de la mezquita de esta mágica ciudad andaluza. La segunda sobrevivió gracias a ser tan hermosa su fábrica y porque la primera ocupó buena parte de su espacio en medio de todo.
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