viernes, 30 de marzo de 2018

Depende de para quien





Con un andar tranquilo y pausado, ahí viene Ambrosio contento y risueño. Ya nos contará de qué. Nadie diría al verlo que acaba de caerle encima una lluvia torrencial durante casi media hora de la que no se recuerda otra igual desde hace muchos años. Ambrosio, ahí va con su caña y su cesto de mimbre en la mano derecha. Y la mano izquierda, bailando al son de su andar firme, casi marcando el paso.

Ambrosio se ha pasado la tarde pescando en la escollera cerca del faro con su amigo Eufrasio. Le gusta pasar las tardes del domingo frente al mar. Lanza el sedal de la caña, se sienta en una silla playera de tijera, incómoda como ella sola, y espera que pique el pez. Si es que pica.

Eufrasio ha dicho muchas veces en el bar del club náutico que no entiende lo que hace Ambrosio toda la tarde mirando al horizonte sin pescar nada.  Ambrosio le contesta con cierta ironía: " ¿Y qué haces tú toda la tarde callado mirando como yo miro al infinito del mar?". Eufrasio siempre sonríe a este reproche y aprovecha para contar sus batallitas allá en la era cuando vivía en el pueblo tierra adentro mientras miraba su mar de surcos de la huerta. Al verlo andar detrás de Ambrosio con su bastón señorial y su cuerpo estirado, nadie diría que se levantaba al amanecer de cada día para arar sus campos y recolectar sus frutos. 

Ya ven, tal para cual. Son amigos inseparables pero cuando discuten entre ellos parece que van a llegar a las manos. Y luego no pasa nada, no hay rencores. Termina cada uno brindando con un chato de vino y riendo las gracias del otro. Igualito que ahora en la sociedad de hoy. A la mínima disputa, enemigos para siempre. Y cuando se lo comentan para ver qué opinan, Ambrosio se pregunta si es problema de educación, si las gentes de ahora serían mejor personas si convivieran más  en vez de estar pegados a una máquina que escupe por doquier whas upp, sms o correos electrónicos. Y quizá tenga razón Ambrosio o quizá sea la vida que vivimos donde las prisas y la falta de tiempo, porque queremos hacer muchas cosas, nos tenga tan estresados a unos y a otros que saltemos por la mínima. 

Y dice Eufrasio, sorprendiendo a todos porque es el que siempre calla y deja que sea Ambrosio quien exponga los hechos, si no será que no son tolerantes y no escuchan porque escuchar al otro es fundamental. Si solo es uno el que argumenta y sentencia sin esperar la réplica del otro, el resultado termina siendo un enfrentamiento. "Vaya con Eufrasio, nos ha salido filósofo", dice un marinero sentado al final de la barra del bar anclado a una jarra de cerveza. 

Pasa un ángel mientras todos callan. De repente todas las miradas se fijan en el cesto de Ambrosio. "¿Que has pescado hoy?", le pregunta un parroquiano. Antes de contestar, quien llaman el Capitán, un marino de piel tostada y muchas millas narradas en su libro de bitácora, dice que hoy habrán pescado un resfriado después de tanta lluvia y esa brisa fría que les habrá recorrido el cuerpo durante tanto rato al aire libre. Y Ambrosio levanta la mano izquierda, aún tiesa y amoratada del frío, y sentencia. "Quietos todos, que si hemos pescado". Y cuando todos esperan ver un pez diminuto, como otras tardes, Ambrosio y Eufrasio muestran orgullosos una lubina de casi medio metro de largo, de la que aún no le han quitado el anzuelo de la boca, que perdió la batalla esa tarde frente a estos dos ancianos risueños.  Ya lo dice el refrán popular, las apariencias engañan. Vaya tarde, que diría aquel. Depende para quien, diría el otro.


Este artículo ha sido escrito con anterioridad en mi columna de opinión de Alicante Press.

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