Cuando son las fuentes de la Aitana las que nos llaman la atención, las que nos despiertan un interés ya pasado; cuando son las aguas de las entrañas de la tierra las que nos susurran al oído cuando ese agua es la que sale fría y traviesa de los caños de una fuente, la que corre por las acequias valle a bajo, la que convierte en riachuelos a hilillos de agua que dibujan su silueta en la tierra ó en el asfalto de la carretera.
Cuando es la Font de Partagás, cerca de Benifato, vestida de blanco por la nieve, la que nos ha hecho venir hasta aquí. Unos árboles pelados, un albergue, una zona recreativa con mesas y bancos para días más soleados y cálidos, unas sendas monte arriba.
Caminamos por un blanco manto. La nieve se quiebra bajo nuestros pies dejando nuestras huellas grabadas por un tiempo efímero. Tomamos un sendero. Ni un piar, el silencio sobrecoge. Sólo escuchamos nuestra respiración y nuestros pasos. Rodeados de blanco y respirando un aire frío que acartona nuestros pensamientos. Es una sensación de libertad, también de incertidumbre. Porque nada se oye, nada se escucha. Quizá algunos animales del monte son los que nos observan desde una madriguera, desde detrás de una roca, desde una cueva oculta por la maleza. Pero nosotros no los vemos. Y nuestro paseo se acelera porque disfrutamos del paisaje pero nos hace falta algo más de civilización después de varias horas de caminar por la ladera cubierta de nieve.
Abrigados, nuestros movimientos son lentos mientras jugamos con la nieve. Lanzados por nosotros, copos de diferentes tamaños vuelan por encima de nuestras cabezas esperando chocar con una de nuestras cazadoras. Sin proponerlo, estamos entrando en calor. Pero lo que deseamos es un plato caliente de cuchara, una buena olleta de trigo y verduras, especialidad de la zona. Y es lo que hacemos. Nuestros hijos, incluso nosotros, estamos hambrientos. Cerca de la lumbre de una chimenea comemos alrededor de una mesa de madera y mantel de tela.
Nuestros hijos ríen y nos cuentan su aventura en la nieve como si nosotros, sus padres, no hubiésemos estado en el mismo lugar con ellos. Pero da igual, su risa tiene un gran valor no cuantificable con dinero. Y estamos juntos, y reímos a la vida, y compartimos este momento, y vivimos esta experiencia. Y recordaremos este día pasados los años, un día en familia rodeados del blanco de la nieve.
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