Son sus pasos, su sonrisa, su voz, su mirada, su risa, sus conversaciones, sus chistes, su juventud, mi compañero en un temprano paseo. Mi hijo y yo hemos cambiado el sosiego de estar en casa por caminar por el paseo marítimo y la playa del Postiguet de Alicante. En una mañana soleada con el mar plano por el viento de Poniente, con la playa tranquila por la hora, con la luz del sol brillante y limpia después de la lluvia del día anterior.
Un mercante fondeado en el horizonte. Un velero con el génova inflado por un viento que ha rolado a Lebeche, rizando el mar y dibujando olas en su superficie.
Caminamos. A mi hijo y a mí nos gusta caminar juntos durante varias horas. Siempre tenemos muchas cosas que contarnos y no hacemos esto tantas veces como nos gustaría. Siempre un hijo necesita escuchar a su padre. Y un padre hablar con su hijo. Los dos aprendemos del otro. Los dos disfrutamos estando juntos.
Nuestros pasos dejan huella en la arena. Es la vida la que deja huella. La que nos marca, la que cura las heridas cuando las tenemos, las que nos motiva a seguir adelante. Son los hijos los que nos dan la fuerza para superar las dificultades, para logar un mejor bienestar.
Un mercante fondeado en el horizonte. Un velero con el génova inflado por un viento que ha rolado a Lebeche, rizando el mar y dibujando olas en su superficie.
Caminamos. A mi hijo y a mí nos gusta caminar juntos durante varias horas. Siempre tenemos muchas cosas que contarnos y no hacemos esto tantas veces como nos gustaría. Siempre un hijo necesita escuchar a su padre. Y un padre hablar con su hijo. Los dos aprendemos del otro. Los dos disfrutamos estando juntos.
Nuestros pasos dejan huella en la arena. Es la vida la que deja huella. La que nos marca, la que cura las heridas cuando las tenemos, las que nos motiva a seguir adelante. Son los hijos los que nos dan la fuerza para superar las dificultades, para logar un mejor bienestar.
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