Junto a las Atarazanas Reales en Barcelona, donde se construían las Galeras Reales para surcar el Mediterráneo en busca de otros pueblos y territorios para el comercio, la guerra y la paz. Donde guardan una reproducción a tamaño natural de la nave capitana de D. Juan de Austria en la batalla de Lepanto.
Muy cerca de la estatua de Cristóbal Colón, seña de identidad de esta ciudad de Barcelona, quien desde su alta columna señala la conquista de América y la apertura de nuevos destinos comerciales allende los mares.
Próximas al mar y al puerto desde donde partieron embarcaciones a vela legendarias como la réplica de la carabela Santa María ó la reconstrucción del pailebote Santa Eulalia, similar al Pascual Flores con puerto base en Torrevieja (Alicante), ó los veleros de vela clásica en su famosa regata estival, ó los grandes veleros de regatas ó los gigantescos trasatlánticos, verdaderas ciudades flotantes.
Con sus piedras milenarias labradas por el tiempo, las murallas de Barcelona y sus muros, sus torres, sus altas puertas, parecen hoy inexpugnables a invasores y a enemigos que ansiaran hacer suyas estas tierras, a esta ciudad que fue Condal y puerto de mar de la Corona española.
Con la lluvia de la noche, sus piedras brillan y muestran con más claridad el paso de los años, las arrugas de las inclemencias del tiempo. El color dorado y azulado de los focos le dan un tono misterioso. La luna por encima de las almenas las visten de magia, esa magia que hace grande a lo admirable.
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