martes, 10 de marzo de 2009

Fernando Pessoa en Lisboa

" IV.
El misterio de las cosas, Dónde está?.
Si apareciese, al menos,
para mostrarnos que es misterio
qué sabe de esto el río, qué sabe el árbol?
Y yo, que no soy más, qué se yo?
Siempre que veo las cosas
y pienso en lo que los hombres piensan de ellas,
río con el fresco sonido del río sobre la piedra.

El único sentido de las cosas
es no tener sentido oculto.
Más raro que todas las rarezas,
más que los sueños de los poetas
y los pensamientos de los filósofos,
es que las cosas sean realmente lo que parecen ser
y que no haya nada que comprender.

Sí, eso es lo único que aprendieron solos mis sentidos:
las cosas no tienen significación, tienen existencia.
Las cosas son el único sentido oculto de las cosas”.


Este es uno de los poemas de Fernando Pessoa, poeta portugués, con quien tropecé en su ciudad natal una mañana fría y nublada de diciembre. Bueno, en realidad tropecé con su escultura en un rincón de Lisboa. En el barrio turístico y concurrido de Chiado. Un hombre esbelto, alargado, con sombrero, sentado en una silla metálica. Admirado por todos los transeúntes que pasamos a su lado. Si pudiese hablar estoy seguro que se hubiese ruborizado. Tantas atenciones. Tantas sonrisas regaladas. Tantas admiraciones para un hombre modesto como él.

Pienso en Lisboa como podría hacerlo de cualquier otra ciudad ó pueblo que he visitado. Pero Lisboa me atrae y quizá dentro de un año volvamos a vernos las caras. A mí me gustaría. Y volver a sentarme tan cerca de Pessoa. Para que algunos de sus poemas me susurren al oído. Sentarme junto a su escultura, que está en la terraza de la famosa y emblemática cafetería A Brasileira, donde venía a tomar el café de Brasil que sus dueños importan desde 1905. Mientras su imaginación corría por las calles lisboetas. Mientras tomaba notas en unas cuartillas ó conversaba con sus amigos.

Fue Antonio Augusto Lagoa Henriques, recientemente fallecido (el 21 de febrero de 2009), quien esculpió esta escultura de bronce de Pessoa. Sentado en una silla y apoyado en una mesa. Inmortalizó sus gestos, su mirada. Las palabras escritas que imaginamos salían de su boca para recorrer renglones de papel. Inmortalizó al poeta y el recuerdo de quien esculpió esta escultura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pessoa tiene algo muy portugués. Como Lisboa. O tal vez me lo invento o es sólo un tópico, quién sabe. Lo cierto es que viendo las fotos y leyendo el texto me viene una imagen determinada, una idea de ciudad oscura, húmeda, sosegada. Escucho la sonoridad del portugués, que se habla como entre dientes y que me resulta bello, dulce, complejo. Perfecto para filosofar haciendo poesía, o hacer poesía filosofando, que no sé si es lo mismo. Y tomarse un café entre medias, por supuesto. Como Pessoa.

Un saludo!

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