Polignano a Mare tienen de
todo. Tiene mar, ¿cómo no iba a tener si nació en su orilla?. Tiene historia,
fue una importante plaza durante el Imperio Romano y, aunque pasó a menos
después de su caída, volvió a tomar protagonismo a partir de la Edad Media. Tiene
murallas que la defienden desde que fue un marquesado, aunque no le sirvieron
de mucho, las grandes potencias pasaron de largo, no estaba en sus planes
conquistar este lugar.
Polignano a Mare es un
pueblecito italiano de la provincia de Bari (región de Puglia), conocido también
por ser la cuna de Domenico Modugno, autor de la canción conocida popularmente
como “Volaré”. Se acordará de su letra más tarareada: “voooolaré, oh, oh,
cantaaaare oh oh oh, nel blu dipinto di blu”. En uno de los miradores de la
ciudad, una estatua recuerda su figura, con los brazos abiertos, uno de sus
gestos más habituales.
Esta población turística tiene
su casco antiguo ubicado en los más bellos lugares de su fachada marítima, construido
sobre acantilados bañados por un mar Adriático de color turquesa, de aguas
claras y transparentes cuando estas están tranquilas.
Sus calles estrechas tienen recovecos y rincones de gran encanto, peatonales muchos de ellos donde el coche ha pasado a ser historia. Destaca el Arco Marchesale, monumental puerta de acceso al barrio antiguo. Tenía un puente elevadizo para acceder a esta parte de la ciudad, de la que sólo quedan unas cadenas que cuelgan de sus muros, y no hay foso que se rellenó para estar el acceso al mismo nivel que la calle.
En una gran y concurrida plaza,
la de Vittorio Enmanuel II, está la Casa del Reloj. Este está parado. El guía
nos dice que desde que falleció una anciana que se encargaba de él, nadie se
ocupa de su funcionamiento. Aunque ahí está el edificio de origen medieval,
testigo de tantas cosas.
Seguimos callejeando por este
lugar. El mar puede ser observado desde diversos miradores donde disfrutar de
paisajes extraordinarios. Desde uno de ellos, por unas escaleras se baja a la
Grotta Palazzese, con un restaurante ubicado en su interior. Es el más caro de
Italia. Y no es para menos. A las excelentes viandas que sirven a sus clientes,
se le suma el balcón que da al mar desde el interior de esta cueva. Un lugar
singular, sin duda. También se puede acceder a ella por mar. A esta, como a
otras grutas deshabitadas.
Desde uno de sus miradores se
observa la playa Lama Monachile. Este está en el puente del mismo nombre,
también llamado puente borbónico por construirse durante esa dinastía.
La Lana Monachile es seña de
identidad de esta población. Por su ubicación. Por su pequeño tamaño. Por estar
protegida por sendos acantilados a cada lado que la protegen de los fuertes
vientos. Su orilla es de cantos rodados, si quiere bañase en sus aguas
necesitará escarpines.
De uno de sus acantilados, la
llamada Terraza de Santo Stéfano, se realiza la famosa Red Bull Cliff Diving. Vemos
los preparativos de esta prueba desde el mirador del restaurante Il Bastione
donde nos dan de comer “cavatello con scampi, gamberi e datterino giallo; darna
di ombrina marinata con pomodorini, crema de Patate di Polignano e chips di
verdure; y semifreddo allá nocciola. Estas sugerentes y sabrosas viandas y las
vistas desde su terraza son un regalo a los sentidos. De ellos, nos queda un
singular y buen recuerdo de esta población italiana.
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