No hubo noche que dejara de acordarse de el hasta bien pasada la adolescencia. Se quedó en un recuerdo, en algo que guardaba en su subconsciente sin molestar. Hasta que caminando por un mercadillo de objetos y muebles antiguos, se encontró de nuevo con el. Delante, el sueño inalcanzable de su niñez, ese que le produjo tantas rabietas sin consuelo, estaba mirándole. Quieto, inmóvil, silencioso. Su imaginación ya no consiguió despertar con él el ruido de sus motores, el rechinar de las ruedas al derrapar, el griterío del público animándole y jaleando su éxito, la expresión de júbilo de su piloto.
Lo cogió y lo acarició entre sus manos con excesivo cariño. Una lágrima recorrió su rostro. Se emocionó. Ya cargado de años, tenía entre sus manos lo que tanto había anhelado de niño.
Ahora, sus anaqueles llenos de libros no parecian tener hueco para él y sus nietos iban a hacerle poco caso, sólo tenían juegos electrónicos para jugar, poco dados a despertar su imaginación.
Cuando podía ser suyo ya no tenía cabida en su casa. O eso creía. Pero una cosa sí era segura, los años no pasan en balde y no estaba para agacharse en el suelo e imaginarse carreras de coches, el circuito más difícil del mundo con multitud de curvas, las gradas llenas de gente gritando a su piloto y animándolo para alcanzar la victoria.
Se lo quedó mirando. Se resistía a dejarlo donde lo había cogido, abandonarlo y borrarlo de su mente para siempre. Tenía que tomar una decisión y la tomó.
Ahora este coche de hojalata está en la librería de su biblioteca en casa en un lugar principal desde el que puede ser visto desde cualquier rincón de esa sala. Ya no tendría nostalgia de el.Podrían jugar juntos con su imaginación. Y enseñarle a sus nietos que hay juegos más interesantes que una maquinita electrónica entre sus manos.
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