"Lo malo de un imbécil no es que sea imbécil, sino que no le sepa", comenta Séneca, que así le llaman en el barrio, entre las risas de algunos con los que hace tertulia todas las tardes después de la hora de la siesta.
En un bar, que antes fue bodega, rodeados de toneles de diferentes tamaños a modo de mesas, de taburetes, de adorno. Las paredes decoradas con la tapas de las cajas de madera para vino y para cava. En un semisótano sombrío y frío tanto en invierno como en verano.
Séneca se levanta. Va a hacia la barra del bar donde hay un fulano que les mira con cara de pocos amigos. Y este desconocido le dice a Séneca, "oye, sin faltar". Y Séneca, después de reírse de el a pierna suelta, le contesta "¿es que te has dado por aludido ...?". Y el fulano le dice: "como me mirabas a mi ... ".
Los de la tertulia también se ríen. El fulano se enfada, coge a Séneca de las solapas de la chaqueta y empieza a zarandearlo gritándole que se disculpe. Séneca le dije que de qué se tiene que disculpar, con una sonrisa de oreja a oreja. El dueño del bar, Raimundo, se empieza a poner nervioso y les dice que no se peleen que son hermanos e hijos de Dios. En esto, Séneca y el desconocido se miran fijamente y lo que parecía que iba a terminar entre puñetazos, termina a carcajadas.
Desde entonces, Raimundo es llamado con sorna el apóstol de la fuente, por llamarse La Fuente el bar que está frente a una bella fuente modernista que hay en medio de la plaza donde se encuentra este establecimiento. Y apóstol por razones obvias al mediar en una pelea y por decir lo que dijo. Y Raimundo en vez de tomarse a mal este mote, lo lleva orgulloso. Y lo cuenta cuando tiene ocasión porque dice que mejor que le llamen apóstol que imbécil.
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