Desde mi ventana, disfruto de lo que aquí llaman la charca, un gran lago lleno de flora, de fauna, también de historias y leyendas. Y en cualquier caso lejos del mundanal ruido urbano. En un entorno donde se respira tranquilidad, con una casa aquí y otra allá y un gran caserón, cerca de un riachuelo que va al lago, que es el lugar de reunión del vecindario entre semana y la iglesia los domingos y días de guardar.
Aquí parece que el tiempo se detiene o quizá se ralentiza. El humo de las chimeneas casi no corre sin viento, produciendo una neblina estancada en el aire.
Raimundo, el casero que nos ha abierto la casa y nos ha dado las llaves, les ha dicho a los niños que no salgan de noche a la calle porque bajan los lobos de la montaña a buscar comida y serían presa fácil. No le hemos creído hasta que hemos oído un aullido.
De noche escuchamos, estremecidos, desde dentro de la casa la lucha salvaje de fuera por la supervivencia. La ley del más fuerte. O del más listo. Como la vida misma, salvando las distancias.
1 comentario:
Gracias Pascual por haberme transportado hasta el paisaje que describes con tu sublime y exquisito relato.
Saludos cordiales,
David
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