jueves, 26 de marzo de 2015

una historia real que le conmovió


Le llamó la atención por su mirada, por su boca. Le recordaba muchas cosas vividas en su tierra. Al mirarla le removían muchos recuerdos que creía casi olvidados.

Cerca del mar, donde las olas acariciaban la arena de la playa. Ese mar que la vieron nacer y que un día se despidieron de ella para emprender un largo viaje a otro mar y a otra ribera.

Su cara estaba marcada por los años. Su piel la recorrían arrugas prolongadas que narraban una vida difícil.

En estos pensamientos escuchó una voz con acento de la tierra de donde procedía esta máscara, Gambia, ese pequeño país a orillas del Atlántico. Sentado, junto a esta talla de madera que le había atraído, que ya tenía en sus manos, que sus dedos recorrían los ojos que tanto le habían llamado la atención, estaba él que la miraba con admiración. Ella no sabía por qué.

“¡Eres tú!”, le dijo. Y ella contestó “creo que me confundes con otra persona”. El, Lamín, que así se llama, le dijo que le recordaba mucho a una persona que conoció cuando era niño. Y le contó su historia, una historia real que le conmovió.

Cuando Lamín era niño vivía en un poblado cercano a la costa en ese país casi más pequeño que Asturias, Gambia. Era un niño, como muchos otros, sin futuro. Un día les avisaron en el poblado que iban a ir unas personas a visitarles. Por primera vez en su infancia le hicieron vestirse, casi siempre iba medio desnudo por el campo cercano a su poblado. Esas personas venían a ayudarles. “A ayudarnos ¿para qué si teníamos de todo?. De todo lo que se puede tener en un poblado agrícola en Gambia”, pensó Lamín entonces, aunque pasáramos hambre, aunque no sobrevivía el que cayera enfermo, aunque casi no tenías ropa que ponernos, aunque no fuéramos a la escuela”.

“Y apareciste tú, con tu pelo dorado y tu mirada que dibujaba cierta inquietud. Tú y los que iban contigo os sorprendisteis de todos los que fuimos a daros la bienvenida. Una multitud de niños y personas de todas las edades que gritaban de júbilo a vuestro alrededor. Ya sé que dices que no eras tú pero sí alguien que se parecía mucho a ti.”




Ella, que llegaba tarde a una reunión, se sentó a su lado. Sentía que tenía que hacerlo, que quería conocer la historia de Lamin.

“Estuvisteis casi un mes en el poblado donde yo vivía con mi familia. Con vosotras trajisteis muchas cosas: sacos de arroz, de harina, medicinas, balones de fútbol, camisetas, … Y cuando lo repartíais era como una fiesta”.

“Con vosotras llegó la escuela por medio de una ong canaria con la que colaborabais. Inicialmente no lo vimos con agrado porque nos pasábamos el día correteando por el campo y haciendo lo que queríamos. La escuela nos vistió con un uniforme, cuando casi siempre deambulábamos casi desnudos. La escuela nos dio de comer, ya que con anterioridad muchos días no comíamos nada. La escuela nos impuso un horario de formación al que inicialmente no estábamos acostumbrados. Pero sobre todo la escuela nos enseñó a leer y a escribir, algo imprescindible que entonces no le dábamos ninguna importancia”.

“Recuerdo cuando te acercabas a nosotros y te cogíamos los dedos de tus manos. Diez niños aferrados a una esperanza de cariño que no teníamos. Te acariciábamos y nos acariciabas. Sin decir palabras, el contacto bastaba. Y si algún niño ó niña se quedaba sin un dedo de cariño al que aferrase, rompía a llorar desconsolado”.

“Para mí fuiste como una diosa que nos trajo la felicidad a nuestro poblado. Tu pelo dorado brillaba con el sol y la luz que transmitías me mostraba que estaba delante de una persona excepcional que había dejado su mundo de confort por conocer el mío de pobreza”.



“Aquí sentado, esperando que alguien me compre alguna de estas máscaras que tanto tiempo me ha costado tallar, siempre que veo a una mujer rubia me recuerda aquella diosa que vino de tan lejos para estar conmigo, con nosotros, y darnos su cariño”.

“Y nosotros le mostramos nuestro agradecimiento con nuestro mejor regalo: nuestra sonrisa. Gracias a personas como ella yo estoy aquí. Me escapé de aquella miseria en un calluco, llegué a una de las islas de Canarias que ahora no recuerdo su nombre y, después de mucho tiempo, conseguí la tarjeta de residencia española. Y ahora escribo y hablo en tu idioma y vivo de la venta de estas tallas de madera en las que esculpo los gestos de las miradas de mi tierra, a la que nunca olvidaré y a la que volveré algún día”.


Ella dejó sólo a Lamín, eso sí con una enorme sonrisa dibujada en su cara. Se llevó la talla de madera que le había llamado la atención desde el principio. Y ha vuelto al puesto de Lamín poco después a escuchar sus historias y recuerdos de la infancia en Gambia, porque Lamín le transmite algo más que anécdotas de un tiempo pasado, además de que se siente a gusto con él. Y Lamin, aunque no lo dice, quiere pensar que esta rubia es descendiente de aquella que le pareció una diosa cuando la vio por primera vez.

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