Las mañanas domicales
soleadas de Alicante invitan al paseo por sus calles, por sus plazas, por sus
paseos. Como la de hoy. En familia. La luz de Alicante, tan suya,
tan limpia, tan inmaculada, anima este caminar urbano. Así lo saben sus
visitantes, así lo sabemos los alicantinos.
Muchas son las rutas
urbanas que podemos hacer. Caminar hacia los castillos de Alicante: el de San
Fernando ó el de Santa Bárbara y divisar la ciudad desde sus atalayas. Recorrer las
plazas más emblemáticas del centro: la de Gabriel Miró ó la del Portal de Elche.
Escuchar el susurro del agua correr por el caño de una fuente como así pasa en
el Paseo de Canalejas. Andar sobre las olas del suelo de la Explanada de España, diseño al parecer copiado de un paseo de Río de Janeiro (Brasil). Buscar la brisa marina de la playa del Postiguet ó del
paseo Marítimo y dejar que el vuelo de las gaviotas ó las velas de los veleros
que navegan en la bahía se lleven nuestra imaginación para que el viento y el
sol nos la devuelvan renovada.
Pero los domingos hay un
destino casi obligado: la plaza del Ayuntamiento, para curiosear por el mercado
de antigüedades, coleccionismo y objetos de segunda mano de 9 a 14 horas.
Podemos encontrar de todo, algunas muy curiosas. Filatelia y numismática, cerámica,
cuadros, vajillas, jarrones, juguetes antiguos, gramófonos, esculturas, libros,
postales en blanco y negro con imágenes de antaño, instrumentos musicales, cuberterías,
utensilios diversos para el hogar, muebles auxiliares, maquetas, ...
Incluso puedes encontrar
alguna sorpresa. Como aquél cuadro olvidado y arrinconado en una mesa de un puesto del mercadillo.
Al aire libre, observado por muchos, casi todos indiferentes a la obra de arte
que tenían delante. Su propio vendedor ni lo sabía. Un hombre cargado de años
se fijó en él. Lo cogió entre sus manos. Lo observó con delicadeza y ya no lo
soltó. El tendero supo mucho después por los
periódicos que había vendido un paisaje de Rubens por cuatro duros que él, a su vez, había
comprado por algo menos a un promotor que lo había salvado de un derribo. Pero, claro, esto
sólo pasa una vez en la vida y sólo a algunos buscadores de tesoros.
Aunque hoy nuestro tesoro es estar en familia, disfrutar de esta luz inmaculada, este
cielo azul, esta ciudad hospitalaria, compartir nuestras cosas, conversar cerca
del mar y dibujar con nuestras palabras este momento entrañable, efímero en el
tiempo pero no en nuestra memoria.
LAS FOTOS SON DEL AUTOR DE ESTE BLOG
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