Cada instante, cada momento
retratado, tiene su propia historia y representa – aunque no se vea – un sentimiento,
una sensación. Como el de esta imagen que encabeza este escrito.
Ahora les cuento por qué ese signo de victoria, que no es por casualidad.
Todo empezó el pasado 26 de
enero. Mi hijo Carlos empezó a encontrarse mal, muy mal. Tenía dolores musculares,
vómitos, dolor de cabeza, inapetencia, … Y 41, una fiebre altísima, en su pico
más alto.
Con los primeros síntomas tomamos
medidas de lo que pudiera pasar por si no podíamos salir a la calle y teníamos
que estar en cuarentena, como así ocurrió 24 horas después. También llenamos la
despensa a través de un servicio de supermercado a domicilio. No privarnos de
lo necesario, que tampoco había por qué sufrir y pasar hambre. En
circunstancias normales, Carlos “devora”, será por la edad.
¡¡¡ Tenía síntomas del coronavirus ¡!! O eso creíamos. Llamé al 112
y nos dijeron de aislarlo en su habitación, que hiciéramos lavados de lejía con
agua de las partes comunes donde él pudiera haber estado en las últimas horas,
y otras recomendaciones para convivir con él en casa. Le recetaron un fuerte
antibiótico y nos dieron unos consejos para pasar mejor la cuarentena.
Todo fue evolucionando a favor.
La fiebre fue remitiendo cada día hasta que llegó la cita presencial de la
prueba PCR. El resultado fue negativo, pero aún quedaban unos días de
cuarentena. Carlos se había recuperado por arte de la magia de la medicina, de
cumplir las recomendaciones de Sanidad y de estar lo tranquilo que puede estar
un adolescente con hiperactividad que se ve sano y que quiere conquistar – de nuevo
– la calle. Aunque eso sí, con la responsabilidad y la prevención de cumplir la
distancia de seguridad, llevar mascarilla y la lavarse las manos multitud de
veces durante el día.
Y con él, nosotros. Después
de 10 día de cuarentena conviviendo con supuestos síntomas de covid-19,
habiendo sido una falsa alarma, invades la calle como una necesidad, deseas salir
a disfrutar de ese clima tan maravilloso que tiene Alicante. Incluso en este
mes de febrero. Desde la ventaba veíamos ese cielo azul característico con su
luz inmaculada. Queríamos que los rayos del sol iluminaran también nuestra cara,
nuestro cuerpo.
El sábado después de la cuarentena, salimos a dar un paseo. Lo
dimos cerca de casa. Visitamos uno de los dos castillos que tiene Alicante, el
de San Fernando, de reciente restauración y rehabilitación. Desde su puerta de
acceso, de hierro, tenemos toda la ciudad a nuestros pies, con el mar al fondo,
… Y el otro castillo, el de Santa Bárbara, siempre atento desde su atalaya,
como una de las señas de identidad de la ciudad.
Carlos tuvo suerte de no estar contagiado por el covid-19. Nosotros también. Pero no hay que bajar la guardia. Hay que cuidarse y tener cuidado mientras nos llega la vacunación que, de momento, en España va a un ritmo muy lento. Esperemos que sea pronto para conseguir entre muchos el efecto rebaño para que la mayor parte de la población española esté inmune. Que así sea.
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