sábado, 17 de enero de 2009

Aigues - Torre de les Maçanes, ruta de senderismo

Durante todo el año pasado los veteranos de la Asociación de Caminantes de Aigues nos han ido contando a los más inexpertos senderistas la dificultad y la belleza de la ruta Aigues – La Torre de les Maçanes. Fue en enero del año pasado, con frío, con nieve, cuando unos veinte senderistas de esta Asociación recorrieron los kilómetros de estas sendas y los convirtieron en una pasión. En un reto. En un objetivo a alcanzar para todo aquél que se precie como senderista.

Porque la dificultad, el mal tiempo, el cansancio, sólo son el camino para alcanzar una meta. Porque son las montañas, sus picos, sus cumbres. Son los valles, los barrancos, las vaguadas. Son los bosques. El horizonte montañoso recortándose sobre el mar. Todo esto es lo que nos mueve, nos motiva, nos embriaga, nos hace disfrutar. Porque hoy las protagonistas son las montañas y el paisaje del que forman parte.

Con las últimas sombras de la noche, las primeras luces del día, unas cincuenta personas nos congregamos en las Escuelas de Aigues (el domingo 11 de enero). Me acuerdo que en unas horas Fer (http://www.linkalicante.com/) y sus amigos se manifestarán en la plaza del Ayuntamiento de Alicante para reivindicar que se salve Foncalent, esa Sierra olvidada por todas las Administraciones. Aprovecho para solidarizarme con ellos a través de un sms que le mando a Juan Jo, de Alicante Vivo, uno de sus colaboradores en este acto. Caminando por nuestras Sierras uno es más consciente que nuestro medio natural no sólo hay que cuidarlo, también hay que mimarlo. Que es el legado que dejaremos a nuestros hijos. Que es la herencia que nos han dejado nuestros padres y que queremos conservar.



Después de la foto de grupo, recorremos la calle mayor, en dirección a La Venteta, para cruzar la carretera de Relleu, el barranco de la Umbría y el primer gran esfuerzo. El ascenso a la Sierra del Ginebrat. En zigzag. Por laderas peladas. Por campos de árboles de secano. Por caminos fragmentados por la lluvia. Por el Antiguo Camino Real. Ese que recorría montañas y valles por senderos, entre Alcoy y Campello. Ese por donde, durante siglos, los hombres de entonces, llevaban a lomos de mulas sus alforjas llenas de mercaderías: hielo, de los neveros; productos de la tierra; telas confeccionadas. Hoy esas alforjas son nuestras mochilas. Y recorremos las sendas por capricho, por puro placer, no por necesidad, como entonces.






Llegamos a la Finca Ginebrat. Hacemos un alto en el camino. Como fruta, pan y jamón serrano, frutos secos, agua. Primeras impresiones. Creemos que si hemos superado esta prueba, hemos conseguido mucho. Y es cierto, aunque al mismo tiempo no lo es. Javier Larrosa nos dice que la subida a La Grana es aún peor. Mientras, nos dejamos embriagar por el paisaje. El Puig Campana. La Aitana. Con sol y nubes amenazantes que avanzan desde el interior. Porque las predicciones del mal tiempo no se han cumplido en este lado del valle cercano al mar.



Recorremos caminos y sendas. Junto a bosques de pinos, a terrazas de frutales que escalan las laderas. Junto a la Finca del Garrofet. Entre cotos de caza, donde pequeñas balsas hacen de bebederos para las perdices que luego caerán ante el fuego de la escopeta. Entre campos cultivados. “Un tractor camina más deprisa que nosotros”. De nuevo, empezamos a subir por una larga cuesta. Preámbulo al difícil ascenso de la Sierra de la Grana. Antes de empezar lo más difícil del día, descansamos cinco minutos. Nos avituallamos con comida y agua. Y nos preparamos mentalmente. Nos convencemos a nosotros mismos que si quieres, puedes. Porque podemos. O eso creemos. Y los peores augurios se cumplen. Las subidas son dificultosas, incluso para los más experimentados. A la primera curva difícil Paco la llama “tourmalet”, una de las pruebas de montaña estrella del Tour de Francia. Recuerdo las costosas pedaleadas de Induraín, del Chava, de Escarpín, …




A los 800 metros sobre el nivel del mar las vistas son espectaculares. El Cabeçó d´Or, que nos ha acompañado todo el camino desde el barranco de la Umbría. Por el sur, la Sierra Grosa ó de San Julián, la de Santa Ana, el castillo Santa Bárbara, Foncalent, el cabo de Santa Pola, la bahía de Alicante, la isla de Tabarca, el Maigmó, la Carrasqueta, el pueblo de Jijona, … Por el norte, la isla de Benidorm, la Sierra Helada, la Sierra de Bernia, el Puig Campana, la Sierra Aitana, … "Si el día estuviese más claro veríamos Ibiza", nos comenta Pascual.




A unos 900 metros s.n.m. el sol se muda. Las nubes vuelan sobre nuestras cabezas. El día se oscurece. Sobre nosotros se sitúa una nube negra sobre el cielo gris. El viento sopla con fuerza, arrastrando corrientes heladas de aire. Empieza a llover, a caer agua nieve. Mientras, una pronunciada subida nos introduce en un bosque de pinos y de carrascas. Nuestras palabras callan para dejar paso al silencio. A este silencio de la montaña cuando el viento acaricia las hojas de los árboles. Cuando el viento nos susurra al oído multitud de sensaciones. Mientras nuestros pensamientos se encuentran con nuestras reflexiones. Porque el camino es largo y hay momentos para esto. Para que nuestros oídos escuchen los sonidos del bosque, los ruidos de nuestras suelas al pisar la tierra, nuestros pasos. Hay momentos de verdadera soledad en los que formo parte del paisaje. Cuando la lluvia moja las copas de los árboles, a mí también me empapa. Cuando las bolitas de agua nieve se aplastan en sus ramas, también dejan huella en mis hombros, en mis brazos. Cuando el viento mece las hojas de los árboles, de las matas, de los arbustos, también encoleriza mis cabellos.

A los 1.085 metros s.n.m. la lluvia nos da un respiro. Un rayo de sol abre la senda. Desde el collado de la Grana cogemos un sendero desdibujado, con unas rocas marcadas con las líneas horizontales blanca y amarilla de un PR-CV. Se vuelve a oscurecer y empieza a llover, esta vez con más intensidad. Vemos las huellas de un incendio salvaje que hace unos años arrasó esta ladera. Es el verde de este bosquecillo, que se recupera del fuego, una imagen de esperanza. Es este verde pálido que germina, el que nos acompaña en esta difícil bajada de la Sierra. Llegamos a un camino, junto a la Finca El Carrascal. Vuelve el agua nieve a dibujar el aire con pinceladas blancas. Con nuestros comentarios del camino y de la vida. Con nuestros deseos de llegar al destino y comernos una olleta, un gazpacho ó un caldo con pelota. La boca se nos hace agua al pensarlo. Pero aún falta. El vice nos dice que nos queda al menos unas dos horas para llegar. “Qué ganas tengo de tomarme una cervecita … “. Entre esta y el plato caliente que nos espera parece que mis piernas se aceleran. Aunque el cansancio me invita a pararme. Aunque debería ponerme el poncho sobre el chubasquero porque llueve mucho, decido no parar. Mientras sigo caminando recuerdo esa canción de Revólver en que Carlos Goñi recita “Es mejooor caminaaar, que pararse y ponerse a temblar. Es mejor caminar, que pararse y ponerse a temblar”. Empieza el asfalto y vemos a los lejos a la Torre de les Maçanes entre la lluvia. Se acerca la meta, a una hora más ó menos. Cuando atravieso el pueblo sus calles están solitarias. Las chimeneas de sus casas huelen a leña quemada, a pan recién hecho, a olleta. Al salir del pueblo, subimos por la carretera de Benifallim hacia el restaurante Fonda La Torre, nuestro punto de encuentro, nuestro refugio, nuestra mesa donde disfrutaremos de sus manjares.







la Torre de les Maçanes, entre la lluvia




Durante la comida, Arturo me sugirió titular este post con “Sangre sudor y lágrimas”. Me viene a la memoria que algo parecido dijo Churchill durante la II Guerra Mundial. Y así fue, porque lo que dijo en la Cámara de los Comunes del parlamento inglés, el 13 de mayo de 1940, es: “Debemos recordar que estamos en las fases preliminares de una de las grandes batallas de la historia. … No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Pero la frase de Arturo es otra, que se inspiró en esta. “Sangre, sudor y lágrimas” es el título de una película, dirigida por David Lean Noel Coward, una de las mejores películas bélicas de la historia del cine. Pero este domingo no hubo sangre. Sí mucho sudor, a pesar del frío. Unas siete horas al aire libre desde Aigues a la Torre de les Maçanes. Y … ¿lágrimas?. Lágrimas por la emoción de disfrutar de estas sendas y sus paisajes, con la compañía y el compañerismo de los socios de Caminantes de Aigues. ¿Cuándo volvemos?.


5 comentarios:

paskki dijo...

Este post se ha hecho con fotografías de Javier Gerona, Maria José, el yerno de Javier Larrosa y las mías. A todos ellos mi agradecimiento. Con sus fotografías esta historia senderista se ha enriquecido. Gracias a todos.

Arturo Moreno dijo...

Después de tantos años de caminar por estas tierras, estoy empezando a disfrutar casi igual del recorrido como de tus narraciones.
Caminando, saboreo los olores,colores,paisajes y sonidos del entorno.Leyendo tus crónica, el arco iris anterior se completa con las vivencias y compañerismo de personas como tú y los buenos amigos de Aigües.
Gracias Passki y hasta la próxima

Anónimo dijo...

Toda una aventura, desde luego. Qué sana envidia! Pero mi rodilla todavía está convaleciente, tengo que tomármelo con calma...

Gracias por ese pequeño homenaje a la Fontcalent.

Saludos :)

Anónimo dijo...

Qué placer leer tus crónicas, es volver a hacer el camino. Después del recorrido brota del pensamiento "prueba conseguida" y a esperar al próximo año. Por cierto no hubiera sido más adecuado aquéllo del Cantar del Mio Cid. ...sangre sudor y lágrimas ....Un saludo a todos. Enrique Aigües.

Anónimo dijo...

Disculpad, rectificar es de despistados, la frase a que me refiero es del poema de Machado "Castilla" ...polvo sudor y hierro el Cid Cabalga.... Enrique Aigües.

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