En su sillón orejero,
cómodamente sentado, junto a una lámpara cuya luz se proyecta en sus manos. Y en
sus manos tiene un libro, uno de esos de Obras Completas, de finas hojas y espléndida
imprenta. Recorriendo mundos lejanos con su lectura, desde su sillón de un rincón de su casa. Disfrutando de la prosa de uno de sus escritores preferidos.
Muy cerca otros libros,
algunos en el suelo en hileras desordenadas. Libros de ensayo, libros de
historia, novelas, … En un desorden “ordenado”, como él dice. En cualquiera de esas hileras ó en
las tres filas de las lejas de la librería ó en la mesa que hay en medio de su
biblioteca, donde sea, encuentra el libro que le pidas. Es un enamorado de la
letra impresa, de los libros de papel, de pasar las páginas, de leer esa letra
menuda.
Hoy tiene la vista cansada.
Usa gafas, aunque no le hacen falta pero dice que le dan la imagen del
intelectual que nunca ha querido ser. Y sin querer serlo, lo aparenta y le
divierte. Redondas, de pasta, de color marrón, pasadas de moda, pero esto le
tiene sin cuidado.
Cuando nos recibe está tarareando
una partitura de Rimsky Korsakov, El mar y el barco de Simbad de “Scheherazade”.
Y nos cuenta la historia de esta princesa que se convirtió en reina gracias a
su inteligencia, además de su belleza. Y recordamos la música, disfrutamos con
lo que nos cuenta y casi terminamos todos tarareando las
escenas musicales más conocidas de esta suite sinfónica.
Séneca, como así le llaman en el barrio, aunque no es su verdadero nombre, se recrea con cada frase. Su entonación, el gesto de sus manos, su emoción cuando narra, nos atrapan y nos contagia su entusiasmo. Casi nos da la sensación de haber escuchado con el esta música de Korsakov y de recorrer juntos las calles de Bagdad admirando a Scheherazade, su forma de caminar, las telas que la visten, su manera sensual de pronunciar las palabras, su mirada penetrante recorriendo tu cuerpo, su majestad.
El mar y el barco de Simbad
Scheharazade, suite completa.
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