Como decíamos ayer … Antes de comer tomamos un camino. El de la Font de Partagás, desde Benifato. Otro de los pueblecitos del Valle de Guadalest, en la provincia de Alicante. De mi valle, aunque nací unos kilómetros más lejos. Pero es el valle donde me gusta ir con mi familia, con mis amigos. Por donde corre larga y libre mi imaginación, en donde desconecto, donde la vida tiene sentido.
Desde la falda de la sierra Aitana vemos los tejados llenos de nieve de Benifato. Beniardá al fondo, tan lejos y tan pequeña, escalando bancales de olivos. La sierra de Serrella, nevada desde la cumbre hasta los mismos pies del embalse de Guadalest. Casas de campo y de labranza desperdigadas por la montaña.
El rumor del viento se cuela por desfiladeros y por vaguadas. Y nos distrae, aunque no lo suficiente. Todo vestido de blanco es lo que nos llama más la atención. Los campos de secano, las laderas, los picos, las lomas, toda la montaña.
Después de una curva, un bulto voluminoso … que no es un bulto. Un hombre corpulento, agachado, escarba en el suelo. Al acercarnos interrumpe lo que está haciendo y nos mira sorprendido. No más que nosotros. No hace falta que le preguntemos. Nos habla de sí mismo y de su amor por estas tierras. “Desde que heredé de Padre este campo nada me ha impedido venir a estos bancales. Ni aunque caigan chuzos del cielo ó un sol de justicia, no ha habido un solo día que no haya venido por aquí. Esta es mi casa y será mi morada llegado el momento. No hay rincón de esta montaña que desconozca. No tiene que nublarse para saber que va a llover, ni tiene que hacer frío para prever que puede nevar. Y cuando nieva estos caminos se llenan de caras desconocidas que se enamoran de esta tierra que es mía. Que comparto porque es un rato, porque pasado este me la vuelvo a quedar para siempre. Pero no se me asusten ustedes. Teo me llaman y Teo les invita a que disfruten de este lugar”.
Y eso hacemos. Mientras vemos troncos de almendros y de pinos que aún llevan el pijama blanco de la noche, los colores de otoño aferrarse aún a las ramas del árbol con quien crecieron, el camino helado, un pequeño refugio de paredes de piedra. Y un largo horizonte ondulado de montañas, todas vestidas de gala.
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