Fue en una tarde otoñal, con los cielos rosados y los chopos dorados. Mi mirada … perdida en un horizonte interminable. Un mar … de surcos sin fin. Fue la primera vez que vi ese mar tan apacible, tan quieto, quizá tan entrañable. Porque sin conocerlo, me cautivó desde el primer momento. Me arrastró por su tierra, me vistió del ocre de sus campos, me interesó con las historias de sus gentes, me preocupé con sus miserias y sus inquietudes. Sus palabras narradas se abrieron camino en mi imaginación y con ella recorrí pueblecitos, campos, montes, veredas, ...
“Las calles, las plazas, los edificios no hacían un pueblo, ni tan siquiera le daban fisonomía. A un pueblo le hacían sus hombres y su historia. … por las casas que le flanqueaban, pasaron hombres honorables, que hoy eran sombras, pero que dieron al pueblo y al valle un sentido, una armonía, unas costumbres, un ritmo, un modo propio y peculiar de vivir”. (1)
Fue Miguel Delibes quien, con su prosa, me despertó todas esas sensaciones que yo no conocí hasta mucho después. Visité Valladolid, su ciudad natal y lo primero que me llamó la atención fue que el castellano que hablaban sus vecinos era distinto al que hablaba yo. Y es que siempre se ha dicho que ese castellano es más culto, más puro. Visité el Campo Grande, el barrio de San Andrés, crucé el río Pisuerga, … A Valladolid me llevó Viky, la entonces novia y hoy esposa de mi amigo Kike, y me maravillé de esta ciudad.
Más tarde, también, de los pueblos de su entorno. Y puede empaparme de sus colores, de sus aromas, de sus sonidos, de las palabras de sus gentes, de la vida de sus pobladores, de sus miedos, de sus sueños.
“ El valle … Aquél valle significaba mucho para Daniel, el Mochuelo. Bien mirado, significaba todo para él. En el valle había nacido y, en once años, jamás franqueó la cadena de montañas que lo circundaban”. (1)
Es la maestría de Miguel Delibes quien nos cuenta, con sus palabras escritas sus sensaciones, sus ironías, sus preocupaciones, sus alegrías con las gentes del pueblo llano. Nos narra las ansías de algunos de escapar de esa vida lenta y pobre, de buscar nuevos horizontes, de conocer experiencias hasta entonces desconocidas para ellos.
“ Cuando salí del pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, me topé con el Aniano, el cosario, …, y me dijo <¿Dónde va el estudiante?>. Y yo le dije <¡Qué se yo, lejos!>. <¿Por tiempo?>, dijo él. Y yo le dije <Ni lo sé>. (2)
Pero el que se marcha de su pueblo, de su terruño, siempre lo hace mirando hacia atrás, despidiéndose sin despedirse de la tierra que le vio nacer. Con la preocupación de marchar y no volver, con la sensación de dejar atrás demasiadas cosas, demasiados recuerdos. Con la certeza de no olvidar los cariños de sus padres, de las amistades de sus amigos, de quienes se despide. Y con el paso del tiempo, el hastío de su infancia de vivir en un caserío sin posibilidades de futuro se convierte en el anhelo de volver algún día.
“ Empezaba a comprender que ser de pueblo en Castilla era una cosa importante”. (2)
En estas tierras los pueblos son pequeños, aunque algunos no tanto. Son tranquilos. Donde todo el mundo se conoce, donde no hay secretos para los vecinos.
- “<Pero este pueblo ¿ha sido grande algún día?>.
Los ojos acuosos del señor Cayo se iluminaron:
-<¿Grande, dice?. Aquí, donde lo ve, hemos llegado a juntarnos más de cuarenta y siete vecinos, que se dice pronto. Y no ha habido en la montaña pueblo más jaranero que, no es porque yo lo diga, pero en la fiesta de la Pascuilla hasta de Refico subían>.
Rafa bajó la cabeza y murmuró con sorna: <Joder, Nueva York>”. (3)
“ <¿Es que va usted a decirme que después de enviudar le hizo un hijo a su suegra?>, le dijo Rafa.
- <Tal cual, sí señor. ¿Es que le choca?>.
- <¡Joder, vaya un serial!>
- <Tampoco se piense lo que no es. Para entonces apenas si quedaba personal en el pueblo, o sea, era difícil emparejar>”. (3)
Cuando el cielo se nubla, cuando aparece la tormenta, los rayos y los truenos, el que se marchó se acuerda que en su pueblo los hombres no paran de vigilarlo y de intentar dominar sus violencias. Estas que arrasan los campos en riada, que pudren el fruto en el árbol si abunda la lluvia. Y peor, que lo seca todo, lo quema, si no llueve. Y cuando lo hace las viejas se persignan, los niños se esconden bajo la mesa, los animales se impacientan en su guarida.
“ En mi pueblo los hombres miran más al cielo que a la tierra, porque a esta la mimen, la surquen, la levanten, la peinen, la ariquen y la escarden, en definitiva lo que haya de venir vendrá del cielo”. (2)
“ Tan pronto sonaba el primer retumbo del trueno, la tía Marcelina iniciaba el rezo del trisagio. <Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal>. Y nosotros decíamos <Líbrenos Señor de todo mal>. (2)
Los que partieron, desean volver. Los que se quedaron en el pueblo viven con el recuerdo de los que partieron. Y todos, sin decirlo, unos por orgullo, otros por vergüenza, desean volver a encontrarse.
“ Me topé de manos a boca con el Aniano, el Cosario, y de que el Aniano me puso la vista encima me dijo: <¿Dónde va el estudiante?>. Y yo le dije: <De regreso. Al pueblo>. Y el me dijo entonces: <Ya la echaste larga>. Y yo le dije: <Pchs, cuarenta y ocho años>. (2)
“ Me temí que todo por lo que yo había afanado allá se lo hubiera llevado el viento. … Y cuando llegué al pueblo advertí que sólo los hombres habían mudado pero lo esencial permanecía”. (2)
Aunque Delibes no naciera en un pueblo, como si lo fuera porque narra la vida, las preocupaciones, las pasiones, … de sus vecinos con un derroche de imaginación y un gran realismo, conociendo como conoce esos terruños. Porque todos los que escriben en primera persona algo cuentan de sí mismos.
PASCUAL ROSSER LIMIÑANA
Citas de las siguientes novelas de Miguel Delibes:
(1) El Camino
(2) Viejas historias de Castilla La Vieja.
(3) El disputado voto del señor Cayo
Película de El disputado voto del Señor Cayo, dirigida por Antonio Giménez-Rico.
Fotos de Miguel Delibes tomadas de imágenes de Google
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