miércoles, 27 de agosto de 2008

Torres de vigía y de defensa: La Illeta de Campello

Desde la Torre de la Horadada por el sur a El Palmar en Denia por el norte, la provincia de Alicante tuvo 37 torres de vigía y defensa. Vigilantes de las velas de las embarcaciones enemigas que se recortaban en el mar. Avisando del peligro de un ataque mediante señales de humo durante el día, con luminarias durante la noche. Defendiendo a las poblaciones de esta costa mediterránea. Quince se han perdido para siempre. Del resto, unas se conservan en buen estado, otras están deterioradas y de seis sólo queda su base.


Estas torres de vigía y defensa se empezaron a construir cerca del mar desde época del Imperio Romano. Es durante la Baja Edad Media cuando se construyen la mayor parte de estas. En el siglo XVI el rey Felipe II refuerza la defensa de toda la costa con castillos y torres vigía. Para otear el horizonte del mar y avisar de ataques enemigos y de piratas a las poblaciones de la costa levantina. Suelen estar a una ó dos leguas unas de otras.




Imitando a Pomponio Mela, la costa Mediterránea se dividió en dos senos (también denominado ancón: nudo de codo ó recodo donde se unen dos montes). Separa estos dos senos el Cabo de San Martín. El seno ilicitano (denominado así por el puerto de Illice) se extendía desde el Cabo de San Martín (Jávea) hasta el de Palos (Cartagena). El seno sucronense (nombre tomado por el río Sucrón ó Júcar) llegaba hasta Cataluña. Los dos senos lo formaban nueve partidos, según descripción de Escolano y Perales en su "Decadas de la Historia". El tercer partido es el que correspondía a Alicante a partir de la torre vigía de Agua Amarga (ya no existe) a una legua del castillo de Alicante. Desde este a otra legua, la torre del Cabo de Alcobra (actual Faro de la Huerta). De aquí a una legua muy grande la torre de La Isleta. De esta a la del río Aguas y Peñas Blancas, a media legua. De la torre del río de Aguas está a una legua la del Giraley, también llamada Charco. Aquí se acaba el partido de Alicante y comienza el de Villajoyosa.



La Isleta ( La Illeta ) es la torre vigía y de defensa situada en el término municipal de Campello. Importante torre por su diámetro, estuvo ocupada por dos soldados de a pié y dos a caballo y un cañón de a cuatro. Está cimentada con sillares. De la base, un pequeño talud. De este parte el muro formado por sillarejo. A un tercio de su remate tiene cenefa. A partir de esta, la construcción de la torre sigue verticalmente hasta las ménsulas que rodean toda la obra. Para alcanzar la puerta de acceso tiene una escalera metálica que se añadió después de la restauración que se hizo de la torre hace algunos años. A sus pies, el puerto deportivo de esta localidad. Desde ella se divisa la bahía de Alicante hasta el Cabo La Huerta, por el sur. La costa de Villajoyosa y Benidorm, por el norte. Y el inmenso mar.





Muy cerca, una casa con tejado a dos aguas. Fiel compañera que le acompaña en las noches oscuras y en las noches luminosas de luna llena. Desde su balcón se ve recortada la torre. En su terraza, unas mesas. En una de estas, unos extraordinarios arroces y frutos de ese mar que tantos quebraderos de cabeza le hizo pasar a la torre. Hoy es sólo un recuerdo que se pasa bien entre estos muros del Restaurante La Cova. Comemos pulpo, chupitos, croquetas y dos joyas gastronómicas de esta casa: arroz del senyoret y arroz de gambas, rape, almejas y cebolla, entre seis paladares que disfrutan con estas viandas. No podría decir cuál es mejor. Los dos, extraordinarios. Buen aroma, mejor sabor. El del senyoret, seco. Lo he tomado caldoso en otros restaurantes, como el del Dársena, en Alicante. El de gambas, rape, almejas y cerbolla, caldoso. Con un buen fondo, cada uno el suyo. Y un buen toque de ñora. Regados con el vino tinto Viña Salceda Crianza. Sorbetes de limón, para unos. Milhoja con naranja, chocolate blanco y mus de chocolate negro, para mí. Lo saboreamos con una mistela de Jalón. Un buen vino dulce de nuestra tierra cierra este manjar desde esta terraza que da al Mediterráneo. Recibiendo la brisa marina de la tarde que abre la tertulia y cierra, luego, con la siesta, tan necesaria en las calurosas tardes de agosto.




martes, 26 de agosto de 2008

Las Torres de la Huerta (II): Boter

Por el Camino de Benimagrell. En el número 33. Una Torre de la Huerta de Alicante. La Torre Boter. Así llamada porque Boter es una palabra valenciana que significa botero por la actividad que antaño se hacía junto a sus muros: la fabricación de botas de vino. Una torre defensiva a la que se le añadió vivienda, junto con instalaciones de granja.



Este camino fue, y sigue siendo, camino rodado con mi bicicleta. De niño, de adolescente, esta Torre ha sido testigo de muchas de mis inquietudes. Esta Torre ha sido protagonista en algunas de mis historias imaginadas. Y a veces no tan imaginadas. Como cuando recorríamos este camino en dirección a la playa de San Juan. En pandilla. Cada uno en su bici. Orgullosos y confiados de nuestro presente y futuro más inmediato.





Por este camino, montado en mi Babieca particular. El Chinchorro, El Rancho, la Hípica, El Ruedo de Gloria, junto al chalet Las Yucas en Vistahermosa, en donde aprendimos a montar a caballo. Desde donde cabalgábamos cargados de ilusiones durante nuestra juventud. Al trote, al galope. Por la recta, cerca de la Torre Conde, los caballos cogían carrerilla hasta alcanzar su destino. Junto a este camino, junto a la balsa, frente a la Torre, los campos de regaliz. Un reto era sacar entera la raíz de las entrañas de la tierra, sin que se rompiese. En este caso, era fácil darnos una buena culada. Y lo mejor, el sabor a regaliz y a tierra húmeda. Lo mejor, compartir estos momentos con los amigos y amigas de la pandilla.


Y la Torre. Tan familiar y tan distante al mismo tiempo. Tan conocida, tan desconocida. Junto a sus muros, su granja. De su granja, una excelente leche recién ordeñada que invadía los vasos del desayuno en nuestra casa, después de hervirla. Nos la traían en un gran recipiente metálico para leche, que tantas veces hemos visto en el cine, que aún se siguen usando en las lecherías. A veces nos traían el calostro, la primera leche que da una vaca que acaba de parir. Los huevos de gallina de corral. Las hortalizas. Productos ecológicos, sin tener entonces esta denominación. Productos sanos.

No me olvido de la protagonista de este post. La Torre Boter. Un arco precede a esta propiedad. En su lienzo, unos azulejos con su nombre. Como la mayoría de las Torres de esta zona, su fábrica es de mampostería, con sillares en las esquinas. Su base es ataluzada de 1,70 metros de altura y planta rectangular de 4,90 metros en su lado menor. Tiene adosada la vivienda por tres de sus caras. La puerta de acceso la tiene dentro de la vivienda. Tiene cinco plantas, con cubierta de teja árabe, a dos aguas. Cerca de la Torre, una capilla en un inmueble independiente, en un mal estado de conservación.

Frente a la Torre, cruzando el camino asfaltado, la balsa que recogía agua para regar los campos de vides. Junto a campos de olivos, de almendros. Campos por donde pastaba el rebaño de ovejas y cabras de El Rancho. Campos por donde han corrido muchas de las aventuras de mi infancia.




Compañeras del sosiego vacacional



A pesar del intenso calor del verano. A pesar de los vientos de Levante y de Leveche que acarician, a veces golpean, las copas de los árboles y las plantas. A pesar de todo esto, algunas flores se resisten al mes de agosto y destacan por su colorido y su silueta. En el jardín de la casa donde paso el verano, a excepción de la semana que nos vamos a la playa. Las rosas. Las buganvillas. Las campanillas. Las de las yucas. La flor de la pasión, los jazmines, las del galán de noche, ... Flores que nos acompañan durante unos días. Flores que superan las inclemencias del tiempo veraniego. Flores que vencen al viento y al sol. Ellas, tan pequeñas, Tan valientes. Tan necesarias. Compañeras del sosiego vacacional. Pinceladas en el lienzo de la vida.

Las bicicletas son para el verano



Las bicicletas son para el verano. Por el buen tiempo. Por la luz del Mediterráneo. Por la ausencia de lluvias y de frío. Pero ya no se rueda con la tranquilidad que lo hacíamos cuando niños. Por caminos, por caminos asfaltados. Poco transitados y, cuando lo eran, … lo eran a velocidad lenta, respetando al ciclista. Ahora es distinto. Hay muchos coches y se circula muy deprisa. Y aunque se ha importado de los países del centro y del norte de Europa los carriles bicis, quien los ha hace no debe de haber montado en bicicleta en su vida. Cuando un carril-bici se cruza con una calle, se cierra con bordillo en vez de una suave bajada. Ese bordillo es el asesino de las ruedas de las bicis de carretera y de paseo. Entonces hay que buscar otras opciones. Y, a pesar de esto, merece la pena rodar. Intentando emular a Indurain ó saliendo sólo de paseo. Es otra perspectiva y otra manera de dejar correr el tiempo. Porque las bicicletas son para el verano.

miércoles, 13 de agosto de 2008

monte Bateig: refugio de Montañeros y Senderistas

Bateig, refugio de Montañeros. Montañeros de Elda, que en sus ratos libres se dedican a hacer más agradable al caminante rincones montañosos de este municipio. En el Pocico del Tío Alonso, que visitamos hace unos días. En el Monte Bateig, que hoy os cuento en estas líneas.

Elda está en la comarca del Medio Vinalopó, al noroeste de la provincia de Alicante, en la Comunidad Valenciana. La ciudad está en el valle del río Vinalopó, rodeada de un circo de montañas. Las más importantes son las sierras del Cid, el Caballo y el Maigmó por el este; por el noroeste, la Torreta, el Monastril, el Bolón y Camara; y al sur, el monte de Bateig y la Peña del Sol.


Hoy subimos el monte de Bateig para que conozca los rincones que han acondicionado en él los Montañeros de Elda. Para el mejor disfrute de estos parejes. Cuando por primera vez me lo contaron Pedro y Jesús, uno se imagina muchas cosas. Allá arriba los Montañeros han hecho refugios en donde pasan las horas disfrutando del monte, lejos de los ruidos urbanos. Rincones en donde juegan al dominó. Donde nacen tertulias con temas dispares. Donde se pueden duchar en los días más calurosos. Donde dejan pasar las horas bajo la sombra de los pinos, los pocos pinos que adornan el monte. Donde maquillan el paisaje con esculturas. Pero no imaginemos lo que han hecho que seguro que no acertamos. Acompañarme en esta nueva aventura senderista.

Dejamos a la izquierda una carretera que lleva a la Peña del Sol. Después de pasar por debajo la autovía a través de un pequeño túnel, empezamos a subir por un sendero empinado. Pasamos cerca de una grieta entre las rocas. Hace unos cuarenta años por esa grieta caía una cascada de agua. Un pequeño salto que se remansaba más abajo en una poza. Hace cuarenta años el dueño de estas tierras se bañaba en esas aguas. Hoy sólo quedan los rastros de la erosión que produjo el agua.


Ascendiendo por el sendero nos encontramos con otro, marcado por piedras a ambos lados. Aquí empiezan los dominios de los Montañeros. Aquí vemos las huellas de su dedicación. Aquí empezamos a compartir el resultado de su obra. Aquí empieza a volar mi imaginación de las sorpresas que me esperan mas arriba. Sorpresas que conocen Pedro y Jesús y que no dicen para que las vaya descubriendo poco a poco.

Unas piedras planas, verticales, marcan por donde hemos de pasar. Unos escalones naturales. Un ascenso complicado, empeorado por el intenso calor. No hay sombras donde refugiarnos. A nuestra derecha el paisaje no acompaña. Junto a las canteras de mármol de Elda, un paisaje de secano, casi desértico. Al llegar arriba, un pilón artificial. Unas piedras encima de otras, en equilibrio, en forma de cilindro. Frente a nosotros la sierra de Los Chaparrales con antenas de telecomunicaciones, la sierra del Cid, la Sierra del Caballo. Doblamos a la derecha. Algunas matas y unas rocas nos regalan un poco de sombra. Me indican que no me apure, que más adelante nos recuperaremos con una ducha.








Un sendero bordeando una pequeña pared. Un pequeño madroño. Unos pequeños pinos, higueras, olivos, rodeados de unas piedras, plantados por los Montañeros. Estos recogen agua de lluvia en una cubeta natural que luego guardan en bidones de plástico. Su contenido lo introducen en un bidón más grande, perforado por una manguera con un grifo. Abriendo este, un chorro de agua, milagroso. Un oasis. Nos refrescamos. Agua que nos acaricia. Agua que nos alivia de estos calores. Mano de Santo.

Junto a una gran roca, unos asientos y mesas de piedras. Unas losas para jugar al dominó. Sobre la roca, la bandera de España. En una pequeña cavidad, la virgen María y el niño. Un gran niño Jesús. Una placa con un interesante mensaje firmado por Sergio Cano Navarro. Más atrás, una piedra vertical separa dos senderos, dos direcciones. Calle Colón a la izquierda. Calle Jardines, la que cogemos, a la derecha. Todos los senderos tienen nombres de calles. Pequeños espacios abiertos con nombre de Plazas de Elda. Sagasta, Castelar, … Por la calle Jardines llegamos a un refugio cubierto, en construcción. Guirnaldas con adornos de navidad y tazas de latón cuelgan del techo. Asientos y mesas de piedras. Desde su ventana imaginaria, vemos otras mesas y asientos bajo los pinos, desperdigados por la ladera. Algunos con nombre. El llamado Merendero de los Amigos de Bateig. También, en recuerdo de una famosa tasca ya desaparecida, la de El Lelo.





Y lo que algunos niños de Elda llaman el cementerio de los elefantes. Piedras verticales por aquí y por allí. A este paraje lo bautizo de otra manera. Mi imaginación corre deprisa. Es cierto que las comparaciones son odiosas y muchas veces la percepción de cada uno es distinta del otro. Pero estas piedras colocadas de forma vertical unas sobre otras me recuerdan esculturas. Esculturas arcaicas. Esculturas realizadas por una cultura superior. Por eso lo llamo “la pequeña isla de Pascua”. Me diréis que es una exageración. Pero es lo que se me ha ocurrido improvisando, sin pensarlo mucho. Y creo que es un acierto. Una cultura superior. Lo es también recuperar estos eriales al disfrute del senderista. No hay vallas, ni muros, ni puertas, ni candados que cierren el monte, ni estas instalaciones de piedras. Todo es libre, como libre es el caminar por este paraje. Como es libre un conejo, de lomo marrón y vientre blanco, que se nos cruza veloz ladera abajo. Y libre es la imaginación del escultor para realizar estas figuras.

Unas figuras estilizadas. Otras regordetas. Unas altas y otras bajas. Unas en forma de pirámide. Otras cilíndricas. Otras … En realidad todos nos reflejamos un poco en ellas. En nuestras manifestaciones. En nuestras ambiciones. En nuestras ganas de compartir estas sensaciones. Y la despedida a este bello entorno no podía ser de mejor manera. Unas piedras que se recortan sobre el horizonte. Unas rocas que acarician las nubes y el cielo.































































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  Acostumbrado a contarle cosas relacionadas con el pasado de la ciudad y sus protagonistas, hoy me va a permitir que haga una excepción. Ha...

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