Una explosión. Un gran cañonazo. En realidad, un tremendo trueno. Nos ha interrumpido el último sueño. Después del trueno, el diluvio. La tormenta la teníamos encima. Pero ha durado poco. Cuando sí ha llovido bien ha sido esta tarde.
No puedo disimular que me encanta ver llover. Me relaja. Desde mi ventana. Desde la terraza. La mirada perdida en el horizonte, entre las nubes, entre los árboles. Ver llover. Ver cómo la lluvia tapiza el paisaje. Cómo inunda los campos con agua beneficiosa. Cómo las gotas de lluvia pellizcan los charcos. El olor a tierra mojada. El brillo de las gotas en las hojas de las plantas, de los árboles. En los ficus, en las palmeras, en los pinos. El dibujo que las gotas hacen en la tierra, en los charcos. Esos dibujos redondos, grandes y pequeños. Esas líneas curvas que pintan un cuadro abstracto. Que narran un momento, mientras mis pensamientos chapotean en los charcos y se empapan bajo la lluvia. Mientras mis ideas vuelan, como los pájaros entre las nubes. Mientras pasan los minutos mirando la lluvia.
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