En la sierra de Alcaraz, en los términos municipales de Riópar y Vianos. Al suroeste de la provincia de Albacete. En la cuenca alta del río Segura, la cabecera del más importante de sus afluentes, el río Mundo.
El nacimiento del río Mundo está a unos 8 kms de Riópar (ver en este blog http://sosegaos.blogspot.com/2008/04/riopar.html ). Dentro del Parque Natural de los Calares del Mundo y de la Sima, declarado así el 5 de mayo de 2005. El Calar del Mundo es una plataforma caliza, conjunto kárstico de primer orden. Dolimas, simas, cuevas, … Un valle de retroceso ó fondo de saco. La cabecera lo forma un gran semicírculo rocoso de altas paredes verticales. Por varios sumideros penetra el agua y emerge, entre otros lugares, en la Cueva de los Chorros.
El nacimiento del río Mundo está a unos 8 kms de Riópar (ver en este blog http://sosegaos.blogspot.com/2008/04/riopar.html ). Dentro del Parque Natural de los Calares del Mundo y de la Sima, declarado así el 5 de mayo de 2005. El Calar del Mundo es una plataforma caliza, conjunto kárstico de primer orden. Dolimas, simas, cuevas, … Un valle de retroceso ó fondo de saco. La cabecera lo forma un gran semicírculo rocoso de altas paredes verticales. Por varios sumideros penetra el agua y emerge, entre otros lugares, en la Cueva de los Chorros.
Esta Cueva tiene una gran boca de 15 m de anchura y 25 m de altura. Laberinto de galerías, de ríos subterráneos. En sus paredes se han esculpido formas caprichosas que el tiempo y la humedad han moldeado en la roca. Estalactitas y estalagmitas. En épocas muy lluviosas y con el deshielo de la nieve de las montañas a veces se produce lo que por aquí llaman el reventón cuando el caudal de la Cueva aumenta considerablemente. Un verdadero espectáculo que nos brinda la naturaleza en este bello paraje. Entre bosques. Entre pinos negral o laricio. Encinas, enebros, tejos, acebos. Alguna Grosilla, planta carnívora de flores azules, crece entre las paredes rocosas.
Desde la Cueva de los Chorros el Río Mundo se precipita en una caída de más de cien metros. Bellas y espectaculares cascadas. El agua corre, depositándose en pequeñas pozas. De cascada en cascada, de caída en caída, de salto a salto, formando las “calderetas”, como lo llaman las gentes del lugar. Cristalinas aguas que han corrido revueltas, aquí se tranquilizan, se amansan hasta volver a encabritarse y seguir su camino, el camino del río.
Lugar de culto para los amantes de la naturaleza por sus expresiones naturales. Tanto que el acceso a un aparcamiento al aire libre para automóviles y autobuses está vigilado para controlar y ordenar la entrada a esta inmensa explanada. Cerca del parking, una zona recreativa con mesas y asientos para comer y pasar el día. Y senderos. Senderos que llevan al cauce del río. Senderos que te conducen bajo la gran cascada. Senderos con árboles de altas copas por donde juegan las ardillas. El susurro del río nos anuncia que lo tenemos a nuestra izquierda. Nos acercamos. La emoción de disfrutar lo que antes nos han contado otros y aún no hemos visto nos impide darnos cuenta de que pisamos un terreno blando. Nuestros pies se hunden en un charco. Pero no es un charco. Es otro riachuelo que emerge de las profundidades para desaparecer poco después. Pequeñas cascadas, de terraza en terraza, de bancal en bancal. Corre el agua sin rumbo fijo. A nuestros hijos les divierte pero decidimos retroceder en nuestros pasos. Hay una pista de tierra firme que conduce a la gran cascada. Junto a esta pista de tierra, un jardín botánico. Pinos. Encinas. Flores blancas de primavera. Flores amarillas entre la hierba.
Lugar de culto para los amantes de la naturaleza por sus expresiones naturales. Tanto que el acceso a un aparcamiento al aire libre para automóviles y autobuses está vigilado para controlar y ordenar la entrada a esta inmensa explanada. Cerca del parking, una zona recreativa con mesas y asientos para comer y pasar el día. Y senderos. Senderos que llevan al cauce del río. Senderos que te conducen bajo la gran cascada. Senderos con árboles de altas copas por donde juegan las ardillas. El susurro del río nos anuncia que lo tenemos a nuestra izquierda. Nos acercamos. La emoción de disfrutar lo que antes nos han contado otros y aún no hemos visto nos impide darnos cuenta de que pisamos un terreno blando. Nuestros pies se hunden en un charco. Pero no es un charco. Es otro riachuelo que emerge de las profundidades para desaparecer poco después. Pequeñas cascadas, de terraza en terraza, de bancal en bancal. Corre el agua sin rumbo fijo. A nuestros hijos les divierte pero decidimos retroceder en nuestros pasos. Hay una pista de tierra firme que conduce a la gran cascada. Junto a esta pista de tierra, un jardín botánico. Pinos. Encinas. Flores blancas de primavera. Flores amarillas entre la hierba.
El ruido de la gran cascada anuncia que estamos cerca. Tan cerca que oímos su canto a la libertad. Sus expresiones de júbilo. Sus manifestaciones traviesas. Los niños se impacientan. Quieren verlo. No saben aún el espectáculo que les espera. Se sienten, nos sentimos, peregrinos. Una fuerza interior nos empuja, nos guía, nos ayuda a levantar del suelo los pies cansados. La humedad y el ruido le anuncian. Desde un puente de madera vemos como el agua dibuja el paisaje. Observamos cómo cruza veloz ante nuestros ojos. Como se apacigua en las pozas, por un momento. Cómo estas se llenan tanto que el agua sigue su curso y vuelve a caer con fuerza. Y vuelve a pintar el paisaje con su color inmaculado.
Tenemos que volver. Aunque yo me quedaría mucho más. Sentado en una roca. Bajo un pino. Apoyado en una encina. Qué se yo donde, pero me quedaría más tiempo. Disfrutando de esta escena. Esta escena viva, ambiciosa de captar nuestras miradas y todas nuestras sensaciones. Pero volvemos. Y nos encontramos en el camino árboles con brazos. Nos encontramos ramas que parecen raíces y raíces que parecen ramas. Rodeados de bosque.
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