En la Serranía Baja de Cuenca, Mira, un pueblecito del Valle del Río Cabriel. En la ladera de un monte por donde se apiñan las casas bajo la protección de un cerro sobre el que antaño hubo un castillo.
Callejeando, nos recibe una mole, un edificio de piedra que se apoya en una alta torre con campanario. Es la iglesia de la Asunción (siglo XVI-XVIII). Sus piedras lo fueron de la fortaleza. Callejones estrechos, empinados, tranquilos. Muchas casas construidas de una forma particular, con una arquitectura popular local. Vestidas de blanco, con franjas negras pintadas en las vigas, en las ventanas, en los frontales. Como la casa de Antón Martín. seguidor de San Juan de Dios, digna representante de estas construcciones.
Ventanas estrechas, balcones con plantas de hojas rojas, flores de Navidad, de esas fiestas entrañables, tan cercanas. Calles solitarias, quizá por el frío. Banderas de Francia, EEUU, Reino Unido, Alemania, España, Castilla, adornan fachadas y farolas. Son las fiestas las que dan vida a estos pequeños pueblos, las que despiertan las sensaciones, las que bailan las inquietudes del devenir cotidiano. Una bella plaza. La de la Villa, cuyo edificio principal es el Ayuntamiento, del siglo XVII. Soportales con curiosas columnas y la arquitectura propia de esta población, con esa fantasía particular que destaca en puertas, ventanas, vigas y balcones de madera. Un buen lugar este para reposar los sinsabores de la vida mientras escuchas el goteo del chorro de agua de la fuente que domina el centro de la plaza. Sobran los coches, aunque estén aparcados y callados. Las banderas cuelgan de sus mástiles tan quietas como pueden. Sólo oímos el sonido del piar de un gorrión. Hasta nuestros hijos respetan esta tranquilidad sobrecogedora.
Unos niños juegan y corretean alrededor del río Mira, sorteando la suerte y evitando un chapuzón en el helado río. Pequeñas presas, arqueados puentes, cruzan las tranquilas aguas. Una zona recreativa con juegos para niños, para distraerse, para disfrutar, para que los padres vean corretear a sus hijos pequeños mientras hablan entre ellos de sus cosas. Junto a altos árboles, que aún soportan sus hojas, son testigos de esta vida dura en el campo y tranquila a sus pies.
Entramos en un bar sin pretensiones. Nos ha llamado la atención por el aroma de sus recetas. Tapeamos. Patatas con bacalao, morteruelo, mojes, gazpacho, potaje. Un vino de fuerte sabor para mojarme los labios, que hay que conducir. Cerca, el límite con la provincia de Valencia, camino de mi querida tierra natal de Alicante.
1 comentario:
Para saber algo más sobre la historia de Mira.
http://lahistoriademira.blogspot.com/
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