Estos días Papá Noel (también llamado Santa Claus) ha estado muy ocupado, como lo estarán muy pronto los Reyes Magos. Tuve ocasión de conocer al propio Papa Noel en su casa de Rovaniemi, en el Santa Claus Village, en Laponia (Finlandia). Con un frío tremendo para una persona friolera como yo y acostumbrada a los inviernos suaves de mi Alicante natal (España). Papá Noel aún descansaba de su ajetreado periplo por el mundo repartiendo sonrisas, muchos juguetes con los que niños y niñas disfrutan durante las vacaciones navideñas y su tiempo libre.
Antes de visitarlo me di unas vueltas por los alrededores de Rovaniemi. Por bosques nevados, por ríos y lagos helados. En moto de nieve, a lo James Bond. Por caminos vestidos de blanco, por senderos resbaladizos, por bajadas que parecían toboganes, por cuestas poniendo a prueba la moto. Una experiencia nueva. Guiados por Paul, un experto motorista oriundo de esta tierra, amante de este rincón del mundo tan cercano del Círculo Polar Ártico. Entre idas y venidas nos llevó a tomar un café muy caliente en una cabaña de madera a modo de cafetería. En la puerta, un trineo. Muy cerca los perros, huskies, para tirar de él. Otra forma de vida. Nos cruzamos con vecinos de esta localidad haciendo esquí de fondo.
La casa de Papa Noel es de madera, hecha de gruesos troncos, como las otras que la rodean. Como en un cuento, pero aquí son reales. Con su Oficina Postal, donde recibe tantas cartas con muchos deseos de los más pequeños para transformarlos en juguetes.
Nos recibió en un acogedor salón, con coloridas telas en las paredes donde predomina el color rojo. Sentado en un amplio sillón, en un ambiente cálido y confortable. Hablamos de muchas cosas: de la situación económica, de las relaciones entre los pueblos, de la rapidez de la comunicación a través de internet y, sobre todo, de los niños, de los adolescentes. De su insatisfacción. Porque hace unos años un niño se conformaba con un regalo sencillo, una caja de lápices para colorear. Ahora esa caja de lápices ha de ser, como mínimo, un video juego. Sino, no está contento. Hace unos años bastaba un regalo. Ahora no es suficiente. Y él, como los padres, que tiene que contentar a todos, se le complica el trabajo. Hay tanta oferta, tanta información. Los niños lo ven todo tan fácil, tan al alcance de la mano, ....
Pero por una sonrisa de un niño, de una niña, lo damos todo. Y no me refiero sólo a algo material. El afecto, el cariño, el amor, es lo importante. Y en estos días navideños, que siempre despiertan cierta melancolía, estos valores se acentúan. Son nuestro mejor regalo para todos los días del año.
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