Cuesta creer lo que está
pasando en Cataluña en pleno siglo XXI. Incluso buena parte de la sociedad
catalana ni entienden ni comparten las manifestaciones de grupos
independentistas violentos en diversas ciudades catalanas. Me producen mucha
desazón las imágenes que están retransmitiendo los medios de comunicación de
los enfrentamientos de los violentos contra Mossos y Policías Nacionales que
velan por el orden público. Una cosa es el disgusto de los independentistas por
la sentencia del procés - creían ingenuamente que iban a absolver a los condenados - y
quejarse de forma pacífica y otra muy distinta es cuestionar el cumplimiento de
la ley de forma violenta. Se olvidan que todos los españoles, sin distinción,
tenemos que cumplir la ley.
Como escribe la abogada
constitucionalista catalana Teresa Freixes “hemos de entender la sentencia (del
procés) como una de las manifestaciones de defensa del Estado de Derecho, igual
a la que se hubiera hecho en cualquier país democrático del mundo”.
La sentencia del procés
destaca, entre otras cosas, que los acusados afirmaron por activa y por pasiva
durante el juicio que no pretendían independizarse del Estado español, que todo
era una medida de presión, una farsa, un engaño. Poco serio y poco creíble.
Para ese viaje no hacían falta alforjas. Ni tampoco todo el daño que han
producido a la sociedad catalana. Y a la española. Además de la nefasta imagen
que se proyecta al exterior que ya se ve traducido en menos turismo y mucha
menos inversión extranjera en Cataluña que redunda y redundará en un
empobrecimiento de la población que no ayudará a regular este proceso hacia
cauces democráticos estables al amparo de la ley.
Los manifestantes, las
marchas, las sentadas, de los últimos días la forman mayoritariamente
gente joven, de edad de Instituto, incluso de la Universidad. ¿Fáciles de
manipular?. Es más fruto de la desconexión de España desde las aulas. Y estas
son sus consecuencias. En un artículo de Arturo Pérez Reverte de 2016
manifestaba que hay un hilo conductor en este colectivo “cuando se vieron
inmersos en un sistema educativo que, desde hace mucho, tiene por objeto
cercenar cualquier vínculo, cualquier memoria, cualquier relación directa o
cultural con el resto de España. Un sistema perverso, posible al disparatado
desconcierto que la educación pública es en España, con 17 maneras de ser
educado y adoctrinado, según donde uno caiga”. Aunque no se puede generalizar,
permitan que suscriba las palabras de este insigne escritor de la lengua
española porque tiene mucha razón.
También sorprende la
actitud de Quim Torra dando más la imagen personal de un activista que de un estadista. ¿Cómo es posible que el representante del Estado en Cataluña
contribuya al corte de una autopista?, ¿cómo es posible que no condene
expresamente la violencia ante los altercados violentos que se están
produciendo en diversas poblaciones de Cataluña y, en cambio, manifieste
simpatizar con las acciones del CDR?. Que se lo digan al camionero que pierde
su mercancía al estar retenido en una carretera, ó a la parturienta que tiene
que parir en la cuneta porque no puede llegar a tiempo al hospital por el corte
de la autopista, ó al que ve cómo su coche - su herramienta de trabajo - es
pasto de las llamas junto con el contenedor que le han prendido fuego los violentos;
ó los vecinos que ven muy cerca de sus casas como el fuego incontrolado pone en
peligro sus viviendas; … Que se lo digan a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad
del Estado, da escalofríos leer el contenido de los mensajes de las emisoras de
radio de los Mossos ó de la Policía Nacional. Que las autoridades permitan que
se disuelva una manifestación violenta con el cuerpo a cuerpo es una barbaridad
y un alto riesgo para los policías y para que se descontrole todo.
Cataluña y los catalanes no
se merecen lo que está pasando. Una cosa es manifestarse pública y
pacíficamente por unas ideas y otra muy distinta es hacerlo desde la fuerza, la
intimidación y la violencia.
Se echa de menos esa
Cataluña democrática, tolerante y abierta al mundo como lo fue antes y como lo
será mañana cuando esto pase. Porque pasará. En otros lugares del mundo ha
habido procesos independentistas que no fructificaron y que sus protagonistas
aceptaron el veredicto de la realidad: en Italia, la Liga Norte solicitó
realizar un referéndum de autodeterminación pero la Corte Constitucional
italiana lo consideró en contra de su Constitución y ahí se quedó todo; fue la
misma postura del Tribunal Supremo alemán cuando Baviera sugirió un desenlace
parecido; o la del Tribunal Supremo americano cuando desde el Estado de Texas
reivindicaron ese derecho. Frente a esas peticiones, todas las instituciones
que pidieron independizarse acataron las resoluciones contrarias y legales de
cada Estado. O como pasó en España en el País Vasco con el Plan Ibarreche que
fracasó en el Congreso de los Diputados y nada más se supo de él. Aquí no, en
Cataluña los independentistas ni acatan ni aceptan. Incluso Torra genera más
incertidumbre al reivindicar hace unos días en el parlamento catalán una
declaración unilateral de independencia durante esta legislatura. Su actitud no
suma sino que resta. Hace falta que los líderes nacionalistas catalanes lideren
de verdad volver al seny, al sentido común, para que juntos, desde la
convivencia y la Constitución española hagan más grande a Cataluña, y con ella
a España.
Muchos echan de menos el protagonismo de esa Barcelona plural que describe tan bien Vargas Llosa cuando en algunas
de sus entrevistas ha dicho que “el ambiente de Barcelona era estimulante.
Fueron años muy fecundos de gran camaradería y amistad”. O aquellas palabras
que manifestó en la manifestación del 9 de octubre de 2017 en la Ciudad Condal contra la dui (declaración unilateral de independencia) donde manifestó que “amigos catalanes no estáis solos, que estamos
con vosotros, que queremos dar juntos la batalla de la libertad. Estamos
armados de ideas, de razones, de una convicción profunda de que la democracia
española está aquí para quedarse. Y que ninguna conjura independentista la
destruirá”. Extraordinario mensaje, claro que en pleno siglo XXI en España en
un Estado social y democrático de derecho.
Increíble lo que son
capaces de hacer una minoría de independentistas violentos e increíble que se
eche tanto de menos una respuesta más contundente del Gobierno junto con un
mensaje pacificador claro de las autoridades catalanas.
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