En un cerro, unas casas de blanco inmaculado. Cubos y rectángulos, que se superponen, que se disputan su mejor vista, que se apiñan sobre la ladera del monte. Con ventanitas, algunas con dinteles rectos, otras con medio punto, incluso con curvas árabes. Refugio de artesanos y pintores, sobre todo del extranjero, le dieron una notoriedad que sus habitantes nunca antes habían buscado. Y lo que era un pueblecito agricultor y pescador se convirtió en un pueblo de multitud de casas unifamiliares y grandes urbanizaciones donde las fachadas encaladas son su indumentaria. Tan cerca del mar que las palmeras de los jardines se despeinan los días de fuerte Levante. Tan lejos que en los días calurosos de verano la brisa marina no alivia, sólo acompaña.
Con un pasado musulmán y otro cristiano, fue conquistado por los Reyes Católicos en el tardío año de 1488. En su escudo heráldico, una llave, que simbolizaba ser el último pueblo del Reino de Castilla por esta costa. Frontera entre dos civilizaciones, dos culturas, dos maneras de ver la vida, que dejó huella en su urbanismo, en sus costumbres, en su gastronomía, en sus apellidos.
A partir de la iglesia, de Santa María, construida sin lujos en el s. XVI, sobre una antigua mezquita, con altos muros y torre de piedra, nacieron unos barrios de casitas humildes que se edificaron ladera abajo. Sinuosas calles empedradas, con pronunciados escalones. Arcos y estrechos pasillos por donde pasa el caminante, sea vecino ó turista. De las fachadas de las casas cuelgan trajes de faralaes, guitarras, camisetas con la marca indalo del lugar, souvenir de todo tipo y pequeñas macetas con geranios y buganvillas rojas, blancas, rosas.
El aire trae y lleva lenguas de media Europa. Una torre de babel. Ciudadanos dispares que se refugian bajos sendas sombrillas para tomar un fino ó una manzanilla, un recio vino tinto de la tierra, incluso una cerveza algunos, una fría coca-cola otros. Una buena excusa para comer unos pescaditos fritos y beber el famoso gazpacho andaluz, hasta que pase el calor en este encantador pueblo de Andalucía, apropiado para encontrar el sosiego necesario a tanto ajetreo cotidiano.
Sobre lo que fue el castillo, un amplio mirador desde donde se ve el mar hacia la derecha, campos de cultivo hacia la izquierda y el frente. Muy cerca, Garrucha y su famoso marisco, para chuparse los dedos y rascarse la cartera.
Para más información sobre Mojácar, visita la web de su Ayuntamiento en http://www.mojacar.es/
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