El templo lleno a rebosar de alicantinos, de visitantes, acudimos en la Concatedral de San Nicolás, en Alicante, para venerar con cariño y con devoción, otros con curiosidad, a Jesús de la Buena Muerte y a Nuestra Señora de las Angustias, de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de las Angustias.
Personas de toda condición y de edad. Calzados y sin calzar. Algunos y algunas rezaron, otros tararearon canciones religiosas, mientras otros muchos comentaron con sus invitados, con sus familiares, la devoción desde antaño a estas dos imágenes.
El murmullo generalizado en la iglesia dio paso al silencio cuando el Cristo de la Buena Muerte se alzó sobre los hombros de sus costaleros, cerca de la medianoche del Jueves Santo. Buena talla del s. XVII, es obra de Nicolás de Busi. 32 costaleros cargaron sus andas. Con la cabeza cubierta con verdugo negro por la muerte de Jesús, con un toque de color con la capa roja de paño de Béjar (Salamanca) y en los guantes. Entre la multitud, el Cristo Crucificado parece que flota, que se desliza suave por encima de las losas de mármol, mientras se deja acariciar por el humo del incienso y de las velas, por las miradas del aprecio del pueblo.
Cuando atraviesa la puerta lateral de la iglesia lo recibe numeroso público en una de las calles del Casco Antiguo de la ciudad. Calle tranquila, silenciosa, escasamente iluminada, que invita al recogimiento, con muchos siglos a sus espaladas. Con mucha historia vivida. Tras el paso de Jesús, lo acompañaron muchos de los asistentes que estaban dentro del templo, también los que estaban en el exterior. Ciudadanos anónimos, algunos cumpliendo promesas y con sus pies descalzos, portando su pena y su concentración en el semblante. En silencio, por las calles de Alicante. Por esto la llamamos Procesión del Silencio. Silencio roto por el sólo acompañamiento de los trombones de varas y los timbales de la banda de música del cercano pueblo de Mutxamel.
Detrás saldrá el conjunto escultórico de Nuestra Señora de las Angustias, del siglo XVIII, la única imagen que hay en Alicante del escultor Salzillo. Una bella talla donde se exalta el dolor de una madre con su hijo, muerto, en sus brazos. La mirada perdida en el cielo buscando respuestas a tantas preguntas. Su rostro marcado por la pena, por la desesperación, por el dolor. Pequeños ángeles, a su alrededor, que la consuelan. El escultor Salzillo esculpió con sus manos, de forma magistral, la angustia. En sus ojos, en su expresión, en sus gestos.
Al salir del templo por la alta puerta lateral, sus muros, su arco, la acompañan, la abrazan, la acogen, como si fuéramos nosotros, quienes la consolamos. Y la acompañamos en su tristeza preguntándonos, también, tantas cosas que a veces no tienen respuesta, tantas inquietudes que muchas veces no tienen consuelo, con la esperanza y la fortaleza de la fe y de un mañana mejor.
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