Aunque las predicciones del tiempo amenazaban lluvia, el cielo estaba despejado. De repente, un aire huracanado lo transformó todo. Las ramas de los árboles se balanceaban con fuerza. Eran el capricho del viento, estaban a su antojo, se habían convertido en su juguete. De la pinada caían piñas, pinocha y algún pajarillo despistado. De las palmeras, dátiles. Y el cielo azul se tornó gris. Negro, después. Y una tarde tranquila de domingo cambió a una belicosa tormenta donde los rayos caían por todas partes. Los truenos retumbaban dentro de casa y temblaban los cristales de las ventanas. Sonaban como verdaderos cañones en el campo de batalla.
Fuera, en la calle, la fuerza del viento y la fría lluvia eran un espectáculo. Intimidatorio, también. Pero digno de ver y de sentir. Cómo la naturaleza había vestido un cielo azul de negro azabache, en tan poco tiempo.
A mi familia y a mí el mal tiempo nos estropeó una tarde de cine. Busqué noticias en la radio. Sólo encontré fútbol y sintonías musicales. Entre ellas, los programas de música clásica de Radio Nacional de España. Una gozada. Después de saber, a través del móvil, que mis allegados estaban bien. Después de ver que mis hijos jugaban con su nintendo una, con una game boy de Pokemon el otro, indiferentes a la tormenta. Después de oír a mi mujer que cogía un libro para distraerse. Después de todo esto, me senté delante de una ventana a ver llover. Con los cascos, la música clásica distraía mi tiempo. Y el programa fue varipinto pero maravilloso. “La Urraca loca”, de Rossini. “Sueño de una noche de verano”, de Mendelssohn. “Las estepas del Asia Central” de Borodín. “Concierto para piano y orquesta”, de Beethoven, “Valls triste”, de Sibelius. Un regalo a esta tarde, que pudo ser triste y se convirtió en algo inesperado, pero muy relajante cuando cayó el viento. Aunque siguió lloviendo.
Orquesta Sinfónica Radio Televisión Española
En la tarde del lunes acudo a una reunión de trabajo en la Albufera. La lluvia no nos ha dado descanso. Tan poco acostumbrados a la lluvia por estas tierras, es un verdadero acontecimiento. Después de la reunión la tormenta nos distrae, nos roba unos minutos de nuestro tiempo. Y nos dejamos usurpar. Vemos cómo el agua baja veloz hacia el mar por el barranco del Juncayet. Vemos las huellas del agua al arrastrar la arena de la playa mar a dentro. Y algunos se extrañan. Pero el agua busca su camino natural, por donde siempre ha pasado. Muchos se olvidan que hace siglos por donde ahora sale la ría al mar había una albufera. Se desecó porque se le echaba la culpa de unas epidemias a sus aguas estancadas. Y los riachuelos, las ramblas, que desembocaban en ella, ahora siguen haciéndolo, antes de desembocar en el mar. Antes, arrastran todo lo que encuentran a su paso. También la arena de la playa.
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