En un entorno extraordinario, a los pies de la Serrella, ante la mirada
de Les Frares que vigilan desde la sierra en su desfile cotidiano en fila
india. Como frailes camino de la oración, acariciando el cielo
con la punta de sus capuchas. Estas formaciones de roca caliza que se ven desde
lejos dan personalidad al entorno. Ningún otro lugar los tiene, en ningún otro
sitio encontrarás estas agujas rocosas, en ninguna otra montaña el viento ha
afilado las rocas de esta manera.
Nuestro camino recorre carreteras estrechas con algunas curvas. Un
pequeño castillo sobre una peña, aferrado a su equilibrio y dominando el
horizonte. Penella es su nombre, cerca de Benilloba. Lo dejamos atrás. Campos
de secano de almendros, de olivos, de algunos pinos, antaño sobre todo también
de encinas. Una vivienda aquí y otra allá, casas de labranza con aperos para la
siembra, la poda y la cosecha.
Buscando colores de otoño nos acercamos a Quatretondeta. Unos álamos
serpentean el riachuelo de un manantial. Es tierra de fuentes, humildes caños
por donde corre el agua. Unos árboles frutales mudando su ropa, pocas hojas
quedan en sus ramas …
Calles vacías, limpias, silenciosas, con cuestas escarpadas, de altos
escalones, con curiosos recovecos, con escaso espacio entre fachadas en algunos
rincones. Son esas calles donde se ha instalado el sosiego. Aunque que más
quisieran escuchar las risas de niños pequeños que corretean por sus adoquines
porque estos pueblecitos de montaña se van despoblando buscando sus habitantes otras oportunidades en pueblos más grandes ó en la ciudad. Con poco más de 100
habitantes, Quatretondeta sobrevive en pleno siglo XXI que no es poco.
Con la recomendación de Raúl buscamos el Bar Casa Cañares. En medio del
pueblo, cerca de la iglesia. Aunque aquí todas las casas están cerca de su
fábrica noble y cristiana, todas escuchan las campanas del campanario cuando
marca las horas.
Entramos en el Cañares. Entre sus muros, bajo las vigas de madera de su
techo, nos dejamos aconsejar por Silvia, mujer de Rolando, propietario de este
restaurante que lo es desde que su abuelo lo abrió allá por los años 40 del
siglo pasado. Algunas fotos en blanco y negro enmarcadas en la pared cuenta su
historia. La especialidad de la casa es arroz al horno, también olleta de alubias
de tres clases. Esta vez elegimos el arroz al horno. Disfrutamos tanto de sus
viandas que otro día volveremos mi familia y yo. De momento, lo contamos y lo
recomendamos a nuestros amigos porque lo merecen la receta y la atención de los dueños del
lugar.
Cuando salimos de Quatretondeta paramos el coche y miramos atrás. Nos
llevamos tan buen recuerdo que reivindicamos que estos pueblos pequeños estén siempre aquí para mostrarnos que hay otra forma de recorrer la vida pero que
ellos también existen y que, como nosotros, quieren lo mejor para su familia.
Que de quien dependa no se olvide nunca de estos pueblos y de sus gentes que
disfrutan tanto de lo que tienen y comparten con nosotros cuando les visitamos.
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