miércoles, 25 de septiembre de 2019

el héroe de Cascorro



El callejero español está lleno de reconocimientos, de situaciones, de detalles de nuestra historia cotidiana. Nombres de héroes, y quizá algún villano, escritores, militares, políticos, reyes, actrices, médicos, líderes, ….

Caminamos por la calle, por plazas y jardines, mientras descubrimos rotulados en las esquinas el nombre de aquél o de aquella que se hizo célebre por sus actos, por sus manifestaciones, por su liderazgo. En todos, mucho tiene que ver destacar sobre los demás en un momento concreto, a veces sin proponérselo, por casualidad o porque no había otro remedio.

En el callejero recordamos y reivindicamos sus quehaceres, sus hazañas, su manera de entender y compartir la vida.



Hay una plaza en Madrid que confunde por su nombre al protagonista de la estatua que está en su centro. Un soldado con fusil, una lata de gasolina y una cuerda. Sobre una peana, desde alto domina toda la plaza. Por su movimiento imaginamos a ese soldado enérgico, decidido, seguro de lo que va a hacer en ese momento, y lo era, tan trascendental que la muerte era una de sus opciones. La plaza de Cascorro es su nombre, pero no es Cascorro como se llama ese soldado. Cascorro es la batalla que lo hizo célebre. No en Madrid, sino mucho más lejos, aunque aquí es donde se le hace el reconocimiento, con esta plaza, también con una calle que lleva su nombre.

Cascorro es un pueblecito de Cuba, cerca de Puerto Príncipe, que dio nombre a una batalla. El 22 de septiembre de 1896, un destacamento español de infantería compuesto por 170 personas se encontraba sitiado por unos 3000 rebeldes cubanos que reivindican su independencia. Los españoles recibían fuego cruzado, en especial desde unas casas más elevadas que donde ellos se encontraban. Eran presa fácil y los heridos - cuando no lo muertos - aumentaban en la enfermería por momentos. Algo tenían que hacer ó morirían acribillados.

El 26 de septiembre de ese año la situación era crítica. Un soldado, hasta ese momento sin nombre y sin futuro, con una vida azarosa y presidiaria en Madrid donde conmutó una pena de insubordinación al alistarse como soldado para ir a la guerra de Cuba, se presentó voluntario para una acción muy arriesgada. Eloy Gonzalo García era su nombre, del regimiento de Infantería “María Cristina” nº 63 con base en Puerto Príncipe, en Cuba. Propuso hacer lo que podía ser una heroicidad ó una locura. Se acercaría de noche a la atalaya enemiga con una lata de gasolina para prenderle fuego. Un fusil y mucho arrojo eran sus mejores armas. Una cuerda atada en su cintura por un extremo, por el otro lo estaba a uno de sus compañeros en su trinchera, para que si moría en su acción, recuperaran su cuerpo y recibiera sepultura entre los suyos. Su hazaña fue un éxito, incluso volvió con su ejército por su propios medios sano y salvo para contarlo. Aquella atalaya quedó inservible y sus enemigos no pudieron volver a usarla contra ellos. Ganaron tiempo ante la perplejidad de sus adversarios, un tiempo determinante para salvar la vida. Fueron liberados de este cerco por el General Castellanos y su ejército venido de Puerto Príncipe.

Eloy Gonzalo consiguió más cosas que arrasar la atalaya desde donde los acribillaba el ejército rebelde, como subir la moral de la tropa y demostrar que era vencible ese ejército insurrecto.


Por su valor fue condecorado con la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo. No pudo disfrutar mucho tiempo de su hazaña. Calló enfermo por disentería y falleció el 18 de junio de 1897 en Matanzas. Está enterrado en el cementerio de la Almudena en Madrid en el Mausoleo de héroes caídos en Cuba y Filipinas.

Eloy Gonzalo consiguió ganar esa batalla de Cascorro aunque después España perdió esa guerra después de conceder a Cuba la autonomía (5 febrero de 1897) que los cubanos no aceptaron - querían la independencia - animados por EEUU. Pero esta es otra historia.

En la plaza de Cascorro, en pleno rastro de Madrid, se honra a Eloy Gonzalo García. Esta estatua fue encargada en 1897 por el Gobierno de la Nación al escultor Aniceto Maninas. Está sobre un pedestal encargado al arquitecto José López Sallaberry. Este monumento fue inaugurado por el rey Alfonso XIII en 1902 en señal de agradecimiento y admiración por el heroismo de Eloy Gonzalo García.

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