Desde antiguo el
hombre se ha obsesionado con volar. Desde aquella “paloma de Arquitas de
Tarento”, amigo de Platón, en el año 400 a.C, a los “inventos” de Leonardo Da
Vinci, el británico George Cayley - inventor del planeador -, al diseño del
francés Clement Ader a quien se le considera el inventor del avión ó el
autogiro del español Juan De la Cierva. Todos tenían la finalidad de elevarse
del suelo, volar alto, recorrer largas distancias y disfrutar del paisaje y del
horizonte a vista de pájaro.
Hace unos días,
después de una comida y reunión de trabajo, mientras digerimos un
extraordinario arroz de rape y gambas frente al castillo Santa Bárbara y muy
cerca del paseo marítimo de Alicante, uno de los comensales nos contó una de
sus aficiones. Volar, con un paramotor. Nos pareció apasionante.
Entonces me acordé
de Leonardo da Vinci y sus dibujos, tan parecidos a los modernos parapente ó
paramotor de la actualidad, precursores de lo que hoy conocemos como un avión.
Da Vinci fue un gran observador de la naturaleza. En uno de sus cuadernos
cuenta una anécdota que le ocurrió de niño. Recostado a la sombra de un árbol
se le acercó un pajarillo y le rozó la cara con su cola. Desde entonces soñó
con volar. Y en su observación llegó a la conclusión que las alas de una
máquina voladora no podían ser de plumas porque no soportan el peso del cuerpo
humano y que tenían que tener una base más consistente. Se fijó, para imitar,
en las alas de los murciélagos .En su “Códice sobre el vuelo de las aves”
consideró al viento como un aliado para tomar el vuelo y para mantener el
equilibrio, teniendo en cuenta que tenía que aprovechar las corrientes de aire
para planear. Da Vinci dibujó varias máquinas voladores ó “naves de aire” como
la de batir las alas con la fuerza humana, la máquina con pedales, el
paracaídas constituido con bolsas de aire y el planeador ó “ave gigantesca”
desde la que lanzarse desde el monte Cesari en Florencia.
Da Vinci nunca probó
sus máquinas voladoras. Sí lo hicieron en 2003 los ingleses Steve Roberts y
Martín Kimn. Construyeron un planeador con el modelo de las alas de murciélago
y le añadieron una cola y un arnés para darle más estabilidad. Lo probó Judy
Leden, piloto experimentada. Consiguió elevarlo del suelo y voló en diversas
ocasiones, el momento más extenso fue durante 21 segundos a 15 metros del suelo
y recorriendo más de 90 metros. Demostraron que ¡ los “inventos” de Da Vinci,
funcionan ! y les generó una enorme ilusión.
Una ilusión parecida
percibió nuestro amigo la primera vez que consiguió elevar el paramotor del
suelo, después de unos días de hacer un curso de formación sobre su uso y seguridad. Corriendo sobre la arena de la
playa con el motor y la vela a su espalda se fue elevando poco a poco hasta
conseguir volar. Subía cada vez más conforme más velocidad le daba a su motor
de hélice. Nos mostró imágenes de sus vuelos. Sobre el mar, desde la playa.
Sobre extensos campos de cultivo donde el trigo, el maíz, la colza, se ven
coloridos y diminutos allí abajo. Por encima de las montañas. Nos contó cómo ha
volado cerca de pájaros, incluso con aves migratorias que en uve se abrían paso
entre las nubes. Incluso un día sobrevoló a varios flamencos rosáceos que
volaban muy cerca de él. Como uno de ellos. Su emoción fue indescriptible. Me
recordó aquél reportaje de National Geographic en el que Christian Moulec
volaba entre gansos con su ultraligero motorizado biplaza. En una de las
imágenes se ve como Moulec toca el vientre de uno de los gansos mientras
volaban. Increíble. Son preciosas las vistas de los gansos y el ultraligero
sobre el Monte Saint-Michel y otros paisajes. Dieron la vuelta al mundo con más
de siete millones de reproducciones en tres días. Claro que tiene truco, pero
también mucho mérito. Moulec llevaba varios años entrenando estos vuelos con
gansos, como hizo Felix Rodríguez de la Fuente en sus impresionantes reportajes
con lobos, para conseguir este resultado tan extraordinario.
Nuestro amigo del
paramotor nos contó sus emociones, su sensación de libertad. Nos relató la
serenidad que genera volar planeando, sin motor, como un pájaro, con el sólo
ruido del viento que roza su aparato y a él mismo. Y cómo con esas sensaciones
consigue evadirse de todo lo que le preocupa, todo lo que le ha generado
incertidumbre o desasosiego.
Está claro,
necesitamos salidas de escape para dejar atrás el estrés, olvidarnos de la mala
educación, de las prisas cotidianas porque a veces queremos hacer más cosas de
las horas que dispone el día, incluso para ignorar la falta de respeto de un
amigo cuando ha tomado dos copas de más y se lo consientes porque la amistad
está por encima de todo, … Ya saben, a volar, aunque sea sólo con la
imaginación. Bien sea navegando, caminando, viajando, ó incluso volando. Su
mente y su corazón se lo agradecerán.
Este artículo se ha publicado con anterioridad en mi columna de opinión del periódico Alicante Press.
Las fotos son de José Parraga, protagonista del paramotor que menciono en este escrito. Gracias por tu colaboración.
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