Cuando hemos salido de la bocana del puerto de Alicante, un mar tranquilo ha acariciado el casco del barco. Suavemente, como una caricia. Rumbo, hacia algún lugar de la bahía, cerca de la Isla de Tabarca, fuera de su Reserva Marina. Un anzuelo se ha dejado lanzar desde cubierta y arrastrar por la corriente. Una ligera brisa nos lame nuestras marcas de estrés de la cara después de una ajetreada semana. Unas horas sin prisas, ni tensiones. En el mar. En el mejor barco, el del amigo.
Navegando sobre estas olas que aún no llegan a serlo. No hay viento. La conversación se recorta sobre un cielo azul manchado por algunas tímidas nubes que no amenazan lluvia, ni borrasca, ni peligros. Las palabras vuelan despacio, tan lejos de unas gaviotas que merodean el barco, tan cerca de cubierta. Protagonistas de mensajes de preocupación, de inquietud, de miedo, de esperanza. Sí, de esperanza, que nunca hay que perderla. Pero no queremos que la crisis manche este entrañable momento. Echados en la proa, el horizonte se balancea, juega con nuestras miradas, baila sobre la costa. Y el sol, que se acuesta, se marcha hasta mañana. Quizá vuelva más luminoso, quizá menos caluroso. Y no podíamos imaginar lo que íbamos a ver en unos instantes.
Maravilloso. Todo Alicante, desde el mar, envuelto con una indumentaria anaranjada, con un manto dorado. La puesta de sol nos envuelve, nos acoge, nos da la bienvenida de vuelta al muelle. En una tarde de junio.
Puesta de sol sobre Alicante, desde el mar
1 comentario:
Lo que me pierdo por ser un alicantino de secano, que me mareo hasta en la bañera.
Preciosos esos tonos ocres de la última foto.
Un saludo
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