Por calles empinadas. Junto a fachadas encaladas donde los geranios escalan por las rejas de las ventanas. Por los balcones. Bajo arcos de medio punto. Puertas que antaño cerraban las murallas extramuros del castillo. En dirección a la alcazaba. Por estas aceras, por estos silencios, que un día fueron barrio de pescadores. Por estos rincones nadie podría imaginarse que está tan cerca de la ambición urbanística. Grandes y altos rascacielos rompen la armonía de estas calles tranquilas. Inundan el horizonte mirando tierra adentro. Pero es el mar el que nos llama. Su clamor, su melodía. El roce en la cara de su brisa. Es el mar el que llama nuestra atención en esta trabajada ascensión por estas calles a primera hora de la tarde de un sábado de abril.
Nos acercamos a lo que fue el castillo de Benidorm. Digo bien. Benidorm tuvo castillo. Para avisar y proteger a la pequeña población de entonces de los ataques de los piratas berberiscos. En un lugar privilegiado. Con amplias vistas a todo el litoral. Mirando al norte, mirando al sur. Y al horizonte. Pendientes de una vela enemiga que pudiera alterarles la vida. Pendientes de un peligro del que tendrían que defenderse.
Fue el rey Jaime I de Aragón quien conquistó estas tierras a los musulmanes en aquellos días de 1245. Designó administrador a Bernardo de Sarriá, importante señor feudal. A este se le considera el fundador de esta población. Otorgó Carta Puebla a Benidorm el 8 de mayo de 1325, creándose el castillo. Y la villa en su entorno, a sus pies. Este documento marcaba los límites de esta población, quedando separada administrativamente de la Baronía de Polop, población cercana. El castillo tuvo especial protagonismo en los ataques piratas de 1410 y 1448. Después de este hubo una importante inmigración de personas de toda condición hacia el interior. Benidorm se quedó casi despoblada, dependiendo de la Baronía de Polop.
Durante el siglo XVI se amplió y mejoró el castillo. Con la mejora de las construcciones defensivas, en 1666 se construyó una acequia para traer agua desde las tierras del interior. Estas fueron las consecuencias para, de nuevo, atraer a gentes de diversos lugares, consiguiendo un aumento de la población. En 1701 se concede a Benidorm una Segunda Carta Puebla, volviendo a ser municipalmente independiente. En la Guerra de la Independencia, las tropas de Napoleón destruyeron el castillo.
En la Punta Canfali. Donde entonces estaba parte del castillo, nos encontramos con una iglesia, la de San Jaime. Mirando al mar está el Mirador del castillo. Hoy, un paseo desde donde se ven amplias vistas de todo el litoral. De la población. De las montañas. De las doradas arenas de las playas. Con el Mediterráneo como protagonista.
Unos escalones. Bajan al brazo de tierra que se mete en el mar. Une, ó divide, a las playas de Levante y de Poniente. Se apoya sobre la playa que llaman del Mal Pas (del Mal Paso), pequeña cala de arena cerca del Club Náutico.
Escalones empinados camino de las olas. Durante toda la bajada, ó la subida, nos acompañan las gaviotas. Unas encuban huevos en sus nidos. Otras planean encima de nuestras cabezas, dejándose llevar por el antojo del viento. Algunas se aventuran bajo las aguas del mar detrás de un pez. Porque en estas aguas cristalinas y limpias no les va a faltar la pesca, sustento de su supervivencia.
Frente a nosotros, la isla de Benidorm, llamada de los Periodistas. Una silueta que se hará familiar para todo aquel que visita esta población. A dos millas del castillo. Liderando el horizonte. Pequeña isla, ó islote, a la que se puede llegar en barco en una interesante excursión que os contaré otro día.
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