domingo, 8 de marzo de 2009

Paseo dominical por el casco antiguo y el Paseo de la Explanada de Alicante

Con el sol en lo alto, el cielo azul intenso y una temperatura agradable, en esta mañana de primeros de marzo, callejeamos por calles de Alicante. Nuestro destino son los Pozos de Garrigós y el Museo del Agua, en el barrio antiguo. Y luego, lo que se tercie. De los pozos y del museo del agua hablaré en otro post.

Hoy es uno de esos días que apetece caminar por nuestras calles sin rumbo fijo. Después de días fríos y ventosos, esta mañana soleada de domingo es un verdadero regalo para nuestro sosiego necesario.

Escalamos cuestas. Subimos escaleras empinadas por estrechas callejuelas. A los pies del castillo Santa Bárbara, un bosque de algarrobos cerca del Parque de la Ereta. Desde esta altura, los tejados de Alicante y sus tres rascacielos. Demasiados. Tejas árabes de viviendas unifamiliares. Edificios de varios pisos. Las cúpulas de la iglesia San Nicolás. Las Torres de Santa María. El hotel Gran Sol. Y el mar, con la isla de Tabarca en una sombra en el horizonte.




La brisa marina nos acaricia la cara mientras bajamos por calles solitarias. Un rumor, un bullicio, unos aplausos, nos llaman la atención. En la Plaza de Santa Faz, detrás del Ayuntamiento. Unas marionetas con acento argentino. El socorrido cuento del lobo, la abuelita y, esta vez, un comisario. Con un final feliz. El lobo no se come a nadie y es indultado por votación popular, aunque algunos niños del público no están muy de acuerdo.

Junto a este teatro callejero, el Mercado Artesano (jueves y domingos de 10 a 14,30 h), organizado por ACOT (Asociación Cultural para el fomento de las Artes y Oficios Tradicionales del Casco Antiguo de Alicante) y la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Alicante. Muñecos de peluche. Sortijas, pulseras, collares. Manualidades talladas en madera y en cristal. Material de escritorio. Cerámica. Un pintor haciendo retratos y enseñando sus obras. Tortas, cocas, bizcochos, mermeladas.







Camino de la plaza del Ayuntamiento, nos cruzamos con Sonia Castedo, la Alcaldesa de Alicante. Mi hijo Carlos quiere conocerla personalmente. Me reconoce. Nos saludamos. Y Carlos se lleva dos besos en sus mejillas. Algunos políticos se hacen inaccesibles cuando llegan al poder. No es el caso de Sonia Castedo. Es todo lo contrario. Accesible, cercana, tolerante, trabajadora. Los alicantinos podemos estar orgullosos de quien nos representa, ideologías a parte.

La Plaza del Ayuntamiento es un ir y venir entre puestos de anticuarios bajo sus arcos. Monedas y sellos. Estampas. Fotografías de ayer. Relojes. Gramófonos. Discos de vinilo. Libros. Revistas. Tebeos.

Y el Paseo de la Explana, en donde siempre hay una silla para, sentado, dejar pasar el tiempo sin prisas. Un Paseo que es un hervidero de personas de distintas nacionalidades. Mantas con cd de música y dvd de películas de actualidad. Sudamericanos vestidos con indumentaria según sus costumbres y sus tradiciones, cantando y bailando sus canciones. Mimos sin cabeza que llaman la curiosidad de los niños. Unas marionetas muy buenas, con un negro, su trompeta y su coro, que les falta hablar por sí solas. Unos tenderetes de jipis, con el monumento a Canalejas, al fondo, encorsetado entre andamios para su restauración.



Terminamos el paseo tomando un aperitivo en un bar del Paseo Marítimo, donde antes estaba el Club de Regatas, cuyo suelo de madera juega con la gravedad. Más de la mitad del mismo está en el aire sobre el mar del puerto. Mi mujer y mi hija Myriam se han unido a nosotros. Sentados, el agua corre bajo nuestros pies. A mi hijo Carlos le llama la atención unos peces alargados que se pasean cerca de nosotros. Para algunos, los restos son bien venidos y estos peces se están dando un festín con las patatas fritas, con las migas de pan, que caen al suelo y al mar.

Desde nuestra mesa, la Casa Carbonell se recorta sobre la cabina de una tabarquera y las palmeras de la Explanada. Unas embarcaciones de recreo regresan de su travesía dominical. Unas gaviotas se bañan el las frías aguas del puerto. Y esta tranquilidad, con música de Mozart que cantan los altavoces de este bar, nos abre el apetito. En casa nos espera un cocido hecho a fuego lento durante varias horas, con unas milhojas de crema para el postre.


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