Lo primero que he hecho esta mañana (por ayer domingo) al levantarme es mirar la bandera de España del Castillo Santa Bárbara de Alicante. Porque es una buena referencia para saber si hay viento. Tantas eran mis ganas de cazarlo con la mayor, el génova y la de mesana. Y la bandera estaba flameando, tiesa, con viento del oeste, de tierra. Apuntaba maneras marineras para tensar el trapo y navegar veloz.
Cuando he pisado la cubierta del Arión estaba yo lleno de preocupaciones propias y personales. Incluso con algunas horas de sueño cargadas sobre mi espalda. En los tiempos que corren, ¿ quién no las tiene ?. Preocupaciones y cierta inquietud que he ido perdiendo a lo largo de la mañana. Pero permite que te cuente desde el principio mi experiencia marinera dominical de este primer fin de semana de marzo navegando en la bahía de Alicante con el Arión.
Al salir por la bocana del puerto, el viento ha inflado las velas. Pero no era suficiente, queríamos más. Avistando el mar rizado cerca del cabo de Santa Pola, el patrón ha dirigido la proa en esa dirección. Pequeñas olas, algunos borreguitos y el viento han cazado el casco y las velas del velero. Escorado, de través, hemos llegado a alcanzar los 25 nudos de viento aparente. El Arión navegó a algo más de 8 nudos. ¡Qué gozada!. Veloz, el velero navegaba rápido, deslizando el casco sobre las olas.
Nos acercamos a la isla de Tabarca. Tan anhelada, tan nombrada, nunca me canso de mirarla desde el mar. La mole de la iglesia, el pueblo fortificado, la prisión, el faro, el puerto viejo, los pequeños y peligrosos islotes, … Tantas cosas vividas sobre su lecho y en sus aguas, tantas que aún tenemos por vivir.
Después de virar, cae un poco el viento. Lo aprovechamos para almorzar. En la cabina unos, en cubierta otros. Los primeros, sentados alrededor de la mesa, disfrutamos de unos callos con garbanzos para chuparse los dedos, con pan de Mutxamel sin sal, bañado con vino de Rioja Coto, de una cata solidaria y rotaria, y con Ribera del Duero Monasterio de San Miguel. Extraordinarios, como extraordinaria es la tertulia.
Otra vez en cubierta volvemos a recibir al viento con fuerza. Cerca de los 20 nudos de viento aparente el velero vuelve a escorarse con rumbo hacia el puerto de Alicante. Es una sensación muy buena. Cuando callamos, sólo oímos el mar. Es el que nos susurra al oído, el que nos habla, el que nos cuenta anécdotas marineras y experiencias donde ella ha sido protagonista. Es una sensación sosegada, tranquila, placentera.
Nos cruzamos en el mar con amigos con veleros de vela ligera, también con veleros de altos mástiles. Bellas estampas marineras que nos hacen olvidar las preocupaciones cotidianas. Y si al pisar esta mañana la cubierta de Arión iba yo cargado de preocupaciones, cuando he bajado del barco ya iba ligero de ese equipaje.
Tan relajado que cuando he llegado a casa era incapaz de leer un rato. En mi sillón del salón, adormilado, he vuelto a recordar la placentera travesía de hoy, queriendo no olvidarla, memorizándola incluso para afrontar mejor las marejadillas de tierra firme, que también las hay. Porque la navegación de esta mañana ha alimentado mi espíritu y ha vestido de ilusión mis inquietudes hasta hacerlas invisibles por unas horas.
2 comentarios:
¡Que buenas vibraciones emanan de tu texto!
Es cierto que las aventuras marineras o las de tierra adentro recorriendo nuestras montañas, tienen el don de ser bálsamo para nuestros espíritus, inquietos por diversas circunstancias, y aunque remoloneemos al levantarnos temprano un domingo, la fuerza del sol, el mar, la brisa y sobre todo el dulce sonido del silencio te devuelven la paz contigo mismo y con el mundo...
Y si encima tienes la suerte de disfrutar de un almuerzo de lujo como el que refieres ¡pues mejor que mejor! que no solo el espíritu debemos alimentar.
Por cierto, el vídeo de youtube está muy bien, ¿por qué no lo cuelgas en tu página de facebook?
Gracias por tu comentario, Mª Carmen. Es cierto todo lo que dices.
Toda la semana pensando en intentar repetir estas buenas sensaciones en el mar, entre amigos, y olvidarme por unas horas de las preocuopaciones cotidianas.
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