Embelesados, mirando al mar. Un mar con algunos borreguillos por un ligero viento de Levante. De diversas tonalidades verdes y azules y turquesa.
En la playa Cap Negret, con arena y cantos rodados bajo nuestros pies. Con el Peñón de Ifach por el norte y la sierra Helada por el sur. En la desembocadura del río Algar. Patos, garzas, gaviotas y ¡un cisne!.
En este bello rincón de Altea, por donde corretean nuestros hijos dejando correr su imaginación y sus inquietudes, no podíamos imaginar encontrarnos con un cisne que, además, es la atracción de la comarca. Que por serlo hay un peregrinar constante de curiosos. Y por haberlos, cruzamos el río y pasamos a la otra ribera, por donde una senda de tierra hace las veces de sendero que pasa por debajo de uno de los ojos del puente de la carretera general.
Después de ir y de venir, de correr unos y de observar otros, de hablar de nuestras cosas, cantando incluso los más jóvenes, no podemos irnos de Altea sin recorrer sus calles del casco antiguo.
Calles que suben y que bajan, con escalones algunas, peatonales la mayoría, limpias, de casas blancas y tejas árabes, con la iglesia con cúpula y torre donde estuvo el castillo, con una panorámica espectacular sobre el puerto deportivo y la playa del Albir.
Un paseo urbano recomendable, imprescindible, necesario para alimentar nuestro espíritu maltrecho en estos tiempos difíciles pero no imposibles de solucionar. Y con esto nos quedamos, con que todo tiene remedio. O casi todo.
4 comentarios:
Permíteme una pequeña broma respecto al protagonista de esta historia:
O bien se encuentra en Altea porque ha quedado prendado de la ciudad, o bien porque nadie le ha explicado que ya no es un patito feo y debe viajar con sus semejantes.
Bromas a parte, realmente el casco antiguo de la ciudad, con esas empinadas cuestas y recovecos y la blancura de sus casas que ascienden como la espuma hasta llegar a los pies de su iglesia, coronada con esa cúpula azúl, símbolo de la ciudad, te llevan a imaginar tiempos pasados en que los habitantes de estas tierras eran otros pero igualmente enamorados de ella.
Por cierto, Altea sigue teniendo playa de piedras, ha mantenido su identidad frente al artificio de otras sacrificadas a la comodidad y al turismo.
Altea es destino imprescindible para un viajero de ayer, de hoy y de mañana. Hasta algún cisne se desvía de su ruta para dejarse enamorar por esta costa.
PASCUAL.
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