Para celebrar unos éxitos comerciales propuse a mi amigo Rafael Espinosa y a su hermano José Vicente celebrarlo comiendo un arrocito junto al mar bajo una palmera. Solo tenían que buscar el lugar. Y eso hicieron. No encontraron la palmera, pero si una terraza, junto a arcos de medio punto y un arroz marinero.
Muy mediterráneo. Tan cerca del mar que algunas gotas traviesas de las olas nos mojaron la cara. Sentados alrededor de una mesa en el Hostal Galicia, en la playa del Pinet. Cervezas frías, productos del mar y un arroz bien condimentado.
Por nuestra mesa pasaron multitud de historias e historietas de la vida marinera de ayer y de hoy. De aquellos días en los que embarcaciones piratas asolaban estas costas, de sus tesoros apresados a viajeros indefensos, algunos escondidos por estas dunas. De aquellas artes de pesca desaparecidas y utilizadas en la cercana playa Lisa de Santapola como la red que llamaban peseta: se desplegaba mar adentro con unos plomos en su base que se depositaban sobre el lecho arenoso, acercándola hacia la orilla, haciendo una barrera y cerrando el paso a multitud de peces que recogían en capazos. La Isla de Tabarca perfilándose en el horizonte, esa isla chica con su pueblo amurallado, tan querida por mi y tan maltratada por la ambición urbanística. Aguas al sur, las costas de Guardamar, de Torrevieja, también de ese mar que llaman Menor, ya en la provincia de Murcia. Un velero en la lejanía, con sus velas foque y mayor desplegadas. El patrón gobernándolo desde la rueda del timón.
Mientras, nuestras palabras navegan por nuestra imaginación y se juntan y rejuntan en esas frases que escuchamos, que nos enriquecen, que hacen flexibles los minutos cuando alargan las horas. Y la tertulia discurre libre mientras un ligero viento de lebeche peina la superficie marina con pinceladas blancas de las crestas de las olas.
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