Viernes por la tarde. El día está sucio. Medio nublado. Un tímido sol entre las nubes. Andrés nos propone hacer algo especial. A medio día nos vemos en el club de regatas de Alicante. Hay mucha actividad. El fin de semana, regatas. Los preparativos. Las velas embaladas. Cabos. Marinería. Tertulias. Competidores. En los salones del club vemos caras conocidas. Saludos. Apretones de manos. Comentarios. La previsión del tiempo. Nos vamos al pantalán. El barco se balancea. Entra mar de fondo por la bocana del puerto. De la bocana a la dársena interior. En la dársena interior, los barcos. Soltamos los cabos. El motor ronronea. A pesar de su larga eslora el yate se desliza sobre el mar con suavidad, sin torpezas. La pericia del capitán, de Andrés, evita cualquier roce con otros barcos. Enfilamos la bocana del puerto. Nos cruzamos con otros barcos. Veleros. Yates a motor. Una goleta. La roda del barco abre la travesía entre las olas. Balanceos. Sin prisas, navegamos por la bahía de Alicante. No muy lejos de nosotros se destaca una sombra en el horizonte. No muy lejos una fina silueta. No muy lejos … la isla de Tabarca. Nos acercamos. Un desfile de barcos de todo tipo, de toda condición, buscan su protección.
No muy lejos, una fina silueta. No muy lejos ... la isla de Tabarca.
La dejamos por babor dirección sur. Echamos el curricán. Nuestras conversaciones, el rumor del mar, la brisa salada, … nos hacen olvidar las prisas, las tensiones de cada día laboral. La tarde se colorea. Entre la bruma, un color grisáceo. Entre la bruma, el castillo Santa Bárbara. Volvemos. Una tarde de viernes diferente.
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